A Message for the Aliens Investigating Our Demise (or the Insectoid Generations Displaying Our Bones in Their Museums):
WE DIDN’T WANT THIS.
We wanted to live—to eat well, f*ck joyfully, and share drinks with friends on Fridays. We wanted simple things and magnificent things. We wanted to touch the sky. We wanted to discover every last creature hidden in the sea.
We wanted, desperately, to believe you’d visited us, dear extraterrestrials. Many of us already did, dreaming we descended from you—gods who fell from the stars.
Some craved all the power: to rule others, climb higher, move faster, hoard more—of this, of that, of everything, always more. Others didn’t. Others just wanted to meet another human and build a lifelong bond. They wanted children, a garden, a dog.
Some dreamed of saving whales the others before them let go extinct. Some dreamed of world peace, of curing cancer. Others dreamed of a leak-free roof and enough food to fill their mouths.
Some wanted to feel it all, to never be bored. Others prayed for the blessed day they’d feel nothing. Some wanted to dance all night and watch the sunrise. Others just wanted one full night’s sleep—eight hours, no worries, no pills.
Some longed to be understood, accepted, embraced. Others wanted to live on a mountaintop in the middle of nowhere and never see another face until Judgment Day.
It wasn’t us. Not really. We’d surrendered our power long ago—ever since the strongest ape KO’d the weakest and the newly formed society crowned him leader. It was stolen the day someone declared, "This extra food/gold/oil makes one life worth more than the rest." We gave it up when we decided a handful of luxuries mattered more than a planet’s survival.
And yet—it was.
Esto es un mensaje para los extraterrestres que vengan a investigar qué nos pasó, o para las generaciones insectoides del futuro que tengan nuestros huesos en un museo:
NOSOTROS NO QUERÍAMOS ESTO.
Queríamos vivir, y comer bien, y f*llar sabroso, y darnos unos tragos con los amigos los viernes. Queríamos cosas sencillas y cosas grandiosas. Queríamos llegar al cielo. Queríamos descubrir todas y cada una de las especies que viven en el mar.
Queríamos creer, con mucha fuerza, que ustedes, queridos extraterrestres, nos habían visitado. Muchos ya lo creíamos, y soñábamos que descendíamos de ustedes, los dioses que bajaron de las estrellas.
Algunos querían tener todo el poder. Mandar sobre otros, llegar más arriba, más rápido que todos los demás, más de esto, más de lo otro, más de todo, siempre más. Otros no. Otros solo querían conocer a otro ser humano y sentar las bases de una relación de por vida. Querían tener descendencia, un jardín, un perro.
Algunos soñaban con salvar a las ballenas que los otros anteriores dejaron extinguir. Había quien soñaba con lograr la paz mundial, con curar el cáncer. Otros soñaban con tener una casa que no tuviera goteras y suficiente comida para llevarse a la boca.
Unos querían sentirlo todo y nunca aburrirse. Otros esperaban el día bendito en que no sintieran nada. Unos querían bailar todas las noches y ver salir el sol. Otros querían dormir una noche completa, ocho horas, sin preocupaciones ni somníferos.
Algunos querían que todo el mundo los entendiera, aceptara, abrazara. Otros, querían vivir en la punta de una montaña en medio de la nada y no verle la cara a un semejante hasta el mismísimo Juicio Final.
No fuimos nosotros, porque en realidad no teníamos tanto poder. Nos lo habíamos dejado quitar desde que el mono más fuerte le dio KO técnico al mono más débil y la sociedad recién fundada decidió que ese debía ser el líder. Nos lo quitó el primero que dijo «esta cantidad de comida extra/ de oro/ de petróleo hace a esta persona más valiosa que el resto». Lo entregamos el día que hallamos aceptable proteger los lujos de un grupito por encima de la vida de un planeta. No fuimos nosotros.
Y a la vez sí.