Aculina e Iván, campesinos rusos, una mañana vivieron una experiencia aterradora. Iván contaba lo siguiente: "El cielo se abrió en dos y se cubrió de fuego, hubo un estruendo, los caballos intentaron correr, pero cayeron de rodillas, y yo, yo fui arrojado a varios metros de mi cabaña."
Aculina, su esposa, se aferró a una carreta, mientras veía como los abetos del bosque se doblaban y un viento caliente arrancaba tierra del suelo y levantaba paredes de agua en un lago cercano.
Estos testigos se encontraban a 45 kilómetros de la explosión; el fenómeno se debió a la destrucción de un trozo de cometa, en el momento de penetrar en la atmósfera de la tierra. Todo sucedió en una gran región de Rusia llamada Tunguska, y generó tal cantidad de polvo en suspensión en la atmósfera, que pocos días después, su resplandor permitía leer de noche en un radio de 5 mil kilómetros.
Aquella era una zona olvidada de Rusia por parte del olvidadizo gobierno de los zares, que nunca envió a investigar los hechos. Los primeros científicos llegaron al lugar muchos años después, con el primer gobierno Bolchevique y constataron la destrucción que, en miles de kilómetros cuadrados, había causado aquel 'pequeño' trozo de cometa.
Hoy se sabe que tan colosal destrucción, la causó un fragmento no más grande que una cancha de fútbol y vale la pena recordar que la órbita que la tierra recorre contiene millones de fragmentos; sí fragmentos, que van desde una mota de polvo, hasta un trozo de hierro o de hielo del tamaño de un País.
El acontecimiento de Tunguska, sucedió un día como hoy, 30 de Junio de 1908, y nos recuerda que nosotros, terrícolas, vamos navegando a altas velocidades en un trozo de sueños, nuestro hogar y nave.
Foto de un bosque después del evento