
Era la media tarde de un lunes tibio y luminoso en una bella ciudad española llamada Guernica; de repente un rugido amenazante, como surgido de entre las nubes, venido de alguna parte del cielo, ahuyentó a las palomas que bebían agua de la fuente de una plaza.
Enseguida los hombres y mujeres intentaron mirar hacia lo alto, pero no tuvieron tiempo de manifestar su asombro. Una oleada turbulenta de aviones alemanes heinkel, dornier, yonker, sobrevoló la población, descargando toneladas de bombas mortíferas.
Eran los aviones más poderosos de la época. Eran las bombas más potentes de su tiempo. Y aquella demostración brutal de irracional poderío se efectuó contra una población que no tenía defensas antiaéreas.
Pero había algo más brutal: eran aviones alemanes bombardeando una población española que no estaba en conflicto con ellos.
El pueblo español estaba en conflicto con el fascismo; esa horda brutal y genocida que quería someter a España, y que al final lo logró. Para conseguirlo, Francisco Franco les dio carta blanca a los Nazis para probar sus armas de guerra contra e rebelde pueblo Vasco.
De esa forma Hitler y Franco salieron ganando. Hitler probó sus armas y Franco masacró a su pueblo.
Durante 4 horas los bombarderos nazis llamados por Franco, realizaron vuelos rasantes en un radio de 10 kilómetros ametrallando a los fugitivos inermes.
Al final, en la práctica, Guernica fue borrada del mapa. Pero de la memoria de los pueblos no se debe borrar este acontecimiento, para que nunca más vuelva a suceder: y por eso lo recordamos hoy, porque sucedió un 26 de Abril de 1937.
