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La vida humana es inesperadamente breve. Sobre necesidades y deseos los acontecimientos nos conducen a una meta ineludible: la muerte. Aquí la contundente realidad admite dos digestiones incompatibles entre sí: conformarse con lo recibido o ganado según alguna idea social de satisfacción compensatoria, o bien, hacer acopio de medios y fuerzas para vivir con pasión ese destino.
Podemos ser piedra ensimismada que sueña vivir o estrella que arde con todo lo que lleva dentro. Quien puede elegir el segundo camino y lo recorre encuentra las luces de otros que lo han transitado antes.
Esta vuelta a los elementos constitutivos del universo es ajena a nuestros planes alternativos. No hay elección posible.
La racionalidad, las manos ágiles y alguna antigua canción son equipaje suficiente en este viaje. El mundo no sería mundo si faltarán los que suben a las cumbres más altas para hacer mapas de lo desconocido. Aceptar el destino es la única llave para descubrir todos sus sentidos.

