¡Ese! ¡Sí, ese!
Ese mugriento, sin educación, desalmado y desgraciado ladrón.
¡Ese! Miraba a su alrededor y respiraba aceleradamente. Sus ojos estaban bañados de sangre y su pecho tenía huellas de zapatos marcados. Inerte en el suelo, cerró los ojos ante la multitud que lo rodeaba para devorarlo a palazos.
Se detuvo el tiempo y el juez de su conciencia preguntó:
¿cuál es tu crimen?
El no respondió, sólo recordó momentos puntuales:
Una llamada telefónica
Una pistola calibre 38
Un bolso negro
Pulso acelerado
Un chofer asustado
Algunos pasajeros llorando
Revivió el grito potente: "¡Quieto! esto es un atraco"
Cómo olvidar el peso de la adrenalina en los zapatos
Cómo olvidar ese camino de tierra arcillosa donde lo alcanzaron
Cómo olvidarlo si casi lo trituraron.
¿Por qué defender la vida de un ladrón?
¿Quién puede atreverse?
Un chiflado quizás -o algún crucificado al lado de otro criminal-
Y en cruda escena:
El hombre molido se sintió protegido
Por un desconocido
Supongo que de algo se pudo haber arrepentido.
¡Es culpable!
-Igual que tú, me dijo el desconocido-
Y siguió:
¿Cuál es la diferencia entre un robo y el adulterio?
¿Cuál es la diferencia entre un robo y la lujuria, la envidia o los recelos?
¡Dicen que esos ladrones deben morir así!
Replicó:
¿Tú también te animarías a lincharlo?
Tus ojos se agrandarían, se dilatarían, brillarían
Los hombres y mujeres civilizados ardían por acabar con la vida de aquel ladrón que los despojó de sus pertenencias. Gritaban con otro deseo pecaminoso pronunciado en un verbo distinto al de ellos, pero idéntico en intención: asesinar.
Lanza tus piedras al suelo, si tu moral no está en el subsuelo, deja la justicia a los que deban hacer justicia y usa tus manos para conquistar el cielo.
Fuente: Runrunes