
Y ahí estaba ella, acostada entre las flores. Este era su escondite secreto donde le gustaba vivir rodeada entre lirios, orquídeas y amapoles. Permanecer entre ellas admirando sus distintas formas y colores. Inhalando
la pureza de la fragancia que emanaban los girasoles, haciéndole nutrir su alma de placer, dichas y esplendores. Desechando al exhalar toda la tristeza que se recogen con el tiempo en los corazones, al presenciar toda clase de injusticias, mentiras y desamores. Ahí estaba ella aprendiendo a vivir como las flores, a cuidar sus pétalos como ave que cuida sus pichones, a conservar su esencia a pesar de las traiciones, a vivir en justicia a pesar de los dolores, a quedarnos con lo bueno a pesar de las desilusiones, de solo tomar aquello que a nuestro ser honre. Ahí esta ella, tan bella y pura como las flores.
Cada ser humano es hermoso como las flores, con pétalos de mil colores, cargados de dones, virtudes y cualidades diferentes. Si unos cuantos pétalos de nuestra vida se han perdido o marchitado, no hay que entristecerse, solo debemos aprender a vivir como las flores, que aun creciendo en un pantano, en un terreno baldío o en un vivero, siempre permanecen bellas y perfumadas, porque solo extraen del abono con mal olor, todo aquello que les es útil y saludable, pero no permiten que lo feo de la tierra manche sus pétalos o que lo “de afuera” afecte su esencia.
