Hay letras que tienen la habilidad de tocar la fibra sensible de la expresión opacada, esa que se adormece en el sin sentido de la cotidianidad. Nos levantamos sin abrir los ojos, para oír sin escuchar (conversaciones que probablemente no nos importan), en lugares en los que no queremos estar (con personas que probablemente no nos agradan), en vidas que probablemente no escogimos, pero tampoco tenemos el valor de dejar; por miedo a la ausencia de la seguridad que atribuimos a lo que conocemos. Sin embargo, a veces hay momentos de lucidez, momentos en los que me aferro a una oración que termina por dejarme respirar, justo cuando me asfixio.
Debería admitir de una vez por todas que sigo molesto contigo, que no puedo evitar querer escribirle a una persona que ni si quiera se toma la molestia de leerme, que te quiero en tu egoísmo insolente. Lo que más me molesta de ti, es la diametral diferencia de mi exceso de palabras y la ausencia de símbolos que emanan de ti. Me gustaría decirte que se nos acabó el tiempo, pero la verdad es que aunque no tengamos eclipses nunca más, al menos podríamos ser la luna y el sol de un mismo día, porque siento que se me acaban los días y a ti las noches bajo un mismo cielo. Me gustaría explicarte que no sé cómo sentirme respecto a ti, es tan raro verte nuevamente sin que mi corazón lata de la misma forma y aun así jamás haberte dejado de querer. Dicen que las cosas se rompen y eventualmente se componen, pero sabes, creo que me acostumbre a estar roto, a sencillamente llevar todos mis pedazos en el contenedor de la supervivencia que supone la vida.
En estos días descubrí que no podría estar contigo de nuevo, que no lo resistiría. Alguien podría pensar que amar hasta el punto de extraviarse a si mismo, es el epítome del romanticismo y el amor, pero no es así. Quisiera decirte que a veces, mis ojos se vuelven cristales acuosos cuando en mis oídos rebota el eco de las notas que sin querer encuentro para evocarte; son espejos que reflejan lo que se rompió y ya no podríamos tener, los sueños que no soñamos ni soñaremos, la vida que no vivimos o viviremos y el amor al que nunca llegaste a rendirle el homenaje, que siempre imaginé que tendría.
Nuestro tiempo fue sublime pero efímero y terminó en un remate barato, como el cinismo de quien habla de su vida como si fuera la de alguien más. Fue tan irrespetuoso, como quien siquiera tiene la valentía de hablar con la verdad. Me gustaría decirte que hay finales que no hicieron más que manchar recorridos que merecían un poco más de todo en realidad. Pero ya sin tantos rodeos, lo más triste fue despertarse luego de 5 años y entender que nadie pelearía por mí, a pesar de que luché tantas veces por ti, que no tolerarías mis esquinas, a pesar de haber vivido con las tuyas incrustadas como mías, que sencillamente ibas a huir cuando fuera difícil, aun cuando siempre me quedé sin que fuera fácil.
Yo jamás elegí nada sobre ti, porque uno no elige en el amor. Sé que los niños se caen en el parque de la vida mientras aprenden a correr, pero aun así se rompen las rodillas. Puede que sanen eventualmente, pero las cicatrices quedan.
