Buen día, comunidad de Steemit.
El relato que dejo por acá es un destello de la memoria infantil, es la forma sincera e inocente con la que se contempla al mundo cuando aun no se sabe qué es el mundo y qué hay en él.
A veces, los detalles (no) importan.
Detalles sin importancia
Me encantan mis zapatos verdes. Ahora que llueve puedo pisar los charcos con ellos. Me encanta ver como el agua tiempla después de cada pisada. Aunque caminamos de prisa y me duele un poco el brazo por la innecesaria presión que aquella mano ejerce en él, disfruto de la suave llovizna que humedece mi rostro y empapa mi cabello.
Un poco más arriba, el vaivén de mi mano hace aparecer y desaparecer mi zapato derecho. Es gracioso cómo va y viene, como si dejase de existir por breves momentos. Cada vez que nos acercamos a algo tengo la oportunidad de tocar nuevas texturas, algo frías y un poco húmedas; no desaprovecho y toco todo lo que a mi alcance está. No puedo evitar, luego de tocar aquellas cosas, llevarme los dedos a la boca. Ácido… salado… amargo… ¡qué asco!
De vez en cuando lanzo una mirada hacia ella, lleva mucha prisa y casi me arrastra. No entiendo bien lo que dice, realmente no sé si es a mí a quien se dirige. Trato de hablarle pero es inevitable que su suéter azul llame por completo mi atención. Me recuerda al mar, me recuerda al día en que ella salió con él y conmigo, los tres en la playa, haciendo castillos y jugando en la orilla. No podía ir más profundo.
-¿Iremos a la playa pronto? –pregunto sin quitar los ojos del suéter.
-Ahora no, Felipe. Apresúrate. –su voz es casi un susurro lejano.
Caminamos directo hacia el horizonte, no queda mucho sol que ver. Sólo pocos rayos escapan de las montañas y las nubes grises. Antes de salir de casa, ella me dijo que mañana podría quedarme en casa, dormir toda la mañana y comer lo que quisiera. La última vez que dijo eso nos fuimos de la casa de él y empezamos a vivir solos, era más tranquilo y silencioso.
No puedo continuar, estoy demasiado cansado. Ella lo nota, paramos en la heladería de la esquina. El muchacho de la caja registradora siempre le guiña un
ojo y ella sólo sonríe. Esta vez compró el helado sin sonreír, viéndome constantemente.
Nos sentamos en la mesa del fondo, es mi preferida. Mientras como el helado ella me observa. Tiene en su rostro una sonrisa algo extraña y gotas que no son lluvia. Miro por la ventana tratando de ver al perro blanco que siempre se acuesta en la acera de enfrente.
De pronto, sin avisar, un rostro duro y severo aparece detrás del cristal. Es él, nos encontró. Siempre que jugábamos a las escondidas me encontraba muy rápido, es bueno encontrando. Ella se sorprende pero se levanta con calma, sale de la heladería y camina hacia él. No entiendo qué dicen pero lo que hacen lo he visto antes: ella en silencio, asustada, queriendo correr y no voltear siquiera; él, inquieto, con gestos rudos y algo salvajes, tratando de controlarse.
Mi envase está casi vacío. Busco en el local alguna señal de compañía, sólo estamos el chico del mostrador y yo. Viene hacia mí con otro poco de helado, siempre lo hace. En la ventana no se ve nadie y siento algo de miedo al pensar que me han olvidado. Al instante él entra, alterado y tembloroso.
-Felipe, -se dirige hacia mí rápidamente- nos vamos.
Me carga y salimos a la calle, está totalmente desierta y húmeda. Él va casi corriendo, tambaleándose. Veo un bulto azul en el suelo, me hace sonreír, me recuerda el mar.
Gracias por su lectura.
Espero sus comentarios.