Este poema va para @Marpa a quien le hablé sobre poemas que versan de frutas.
Para todo lo que está cubierto de espinas, existe un jardín. Para un jardín, hay océano de nubes en el cielo. Y para la mujer a mi lado, había una rosa cuyas espinas la habían pinchado, y ahora de sus venas brotaba el jugo escarlata. Se colocó debajo de un árbol de duraznos y con las flores esparcidas por el suelo limpió sus dedos. La muchacha de pronto salió corriendo con las flores aún en sus manos. Yo por algún impulso instintivo decidí seguirla. El camino del jardín era encantador y salvaje a la vez. Ante mí había un rastro de pétalos que me llevó hasta donde una encina se imponía majestuosa. No logré ver a nadie allí.
La inmensa frondosidad del árbol había logrado silenciar a cualquier sonido posible, como si incluso los ángeles silenciaran a sus celestiales conciertos para mirarlo a él. Atrapado por la encina y su majestuosidad perenne, fue cuando logré ver a la muchacha, pero descubrí que se trataba de una proyección etérea, y que su color era el mismo que el de las flores que habían secado su sangre.
Ella estaba ahí, inmóvil y contemplativa sobre la raíz del árbol como si fuera una flor allí plantada marchitándose. Me quise acercar más cuando de súbito se desvaneció ante mis ojos, y fue cuando desde los tallos, se arrastró un tímido durazno de apetitosa apariencia. Me dispuse a devorar la fruta, primero quitándole la piel. Su carne era dulce, pero no tenía semillas sino flores cubiertas de sangre.