Tras miles de años de observación de otros mundos, por fin conseguimos un resultado esperanzador.
Tiempo atrás comenzaron siendo simples aficionados, curiosos que querían descubrir qué había más allá, en un lugar al que quizás jamás podríamos llegar a alcanzar.
Conforme pasó el tiempo, hicieron falta telescopios más sofisticados y complejos para poder ver de forma más nítida y a una mayor distancia, llegándose a construir auténticas obras de ingeniería.
Los telescopios se fueron diversificando y se pudo hacer una distinción entre los que buscaban señales de radio proveniente del espacio, para ver si conseguían captar una emisión procedente de un planeta que no fuera la Tierra, y por otro lado, los telescopios que utilizaban la luz en sus diferentes longitudes de onda.
Todos los tipos de telescopios, ya fueran terrestres o espaciales, consiguieron descubrir y desentrañar grandes misterios acerca del Universo, pero no el mayor deseo de la humanidad, el descubrimiento de vida en otro mundo.
Eso era algo que se nos resistía, algo que parecía complejo debido a las largas distancias que nos separan de otros mundos, pero todo se empezó a poner mucho más interesante con la irrupción del telescopio espacial James Webb.
Una nueva etapa en la observación espacial había llegado, a cada vistazo del telescopio al espacio se observaba algo que no se conocía, algo que intrigaba e inquietaba a la humanidad.
Éste parecía un buen camino hasta llegar a la cumbre de los descubrimientos espaciales, la ansiada vida fuera de nuestro pequeño mundo.