En 2011, cuando se discutía cambiar el patrón dólar por una canasta, varios medios publicaron una columna -Crisis global, América Latina y bitcoins- en donde sugería contar con el bitcoin. Luego, en 2013, en otra -¿Invertir en bitcoins?- decía que me había perdido una inversión con un rendimiento de 4000% ya que, cuando escribí la primera, la moneda digital cotizaba a u$s 30 por unidad. Pero no compré y, al publicarse la segunda, llegaba a 1200. Hoy supera los u$s 2300 de modo que todo el universo bitcoin, 17 millones de unidades, suponen más de u$s 40.000 millones.
¿Adiviné? No, era lógico que sucediera, lo dice la ciencia. El racionalismo despreció a la metafísica que ya habían expuesto los griegos, en particular Aristóteles. Esta ciencia es el estudio de por qué el cosmos -la física-se mueve como lo hace, son los principios que generan los movimientos físicos. Así, observando estos principios, prevemos el desarrollo de la física: por caso, si vemos una acción, podremos esperar una reacción inversa semejante, por el principio de equilibrio.
Uno de estos principios dice que la violencia siempre destruye y la define, precisamente, como aquella fuerza extrínseca -extraña al desarrollo natural del cosmos- que pretende desviar, degenerar, el desarrollo normal. Por eso es que cuando el Estado -en tanto monopolio de la violencia- interfiere en la sociedad, destruye, provoca caos. Así, es fácil saber si un país crecerá o no, según aumenten o disminuyan las acciones coactivas -violentas- sobre el mercado.