Cuando era niño, todos los sábados subía junto a mis padres y hermanos una fría y montañosa zona que fue capaz de contener la magia y el significado de la solidad familiar durante años. Gran parte de la felicidad que conozco, inició en esos empedrados trayectos de la Culata.
En las adyacencias de la vía un fruto impasible observaba nuestro andar, tiñendo de color las preguntas incesantes de mi imaginación de infante. La Mora...con su singular sabor siempre cítrico, me recuerda la aventura de esos días de montaña, de ese calor de familia.