He escrito y compartido fotografías en algunos posts de lo gratificante que me resulta observar (no mirar) los atardeceres desde la ventana de un décimo piso. Justo cuando comienza el nuevo día. Sí, en el pasado creía que el día empezaba con el amanecer, pero no, tiene más sentido que inicie con la oscuridad. Al menos, en lo que respecta a la tradición occidental, con base en la narrativa del Génesis o el Bereshit (hebreo), al afirmar que en el principio todo era oscuro, y luego sobrevino la luz. En tal sentido, si lo piensas bien, uno recrea con los ciclos, el antes del Big Bang, justo en ese instante maravilloso cuando el sol se oculta.

Por supuesto, también es muy hermoso el amanecer. De cuál disfruté con una atención discutida en los trayectos de ida a mis labores (como estudiante y luego como profesionista). El problema, los azores de la dinámica de la vida moderna, soterró la atención plena del asombroso fenómeno, capaz de influir en el estado de ánimo. Incluso, en esa época tampoco disfrutaba mucho de los atardeceres, al menos, que estuviera de vacaciones. Ahora, en el retiro, a pesar de que siempre sigo madrugando, la disposición privilegiada de nuestro apartamento para los atardeceres, no alcanza los lindos amaneceres. Claro, podría salir a dar un paseo, ganando en rutina física, que no estaría nada mal. Pero sin la perspectiva elevada, el momento contemplativo sería menguado. ¡Qué envidia siento de los pájaros!

Así que, el atardecer visto desde las alturas en un escenario montañoso me proporciona, siempre que presto atención, pequeñas dosis de alegría al adentrarme al nuevo día.