Llamarse Aliocha (Aлёша), en un pueblito rural de Cuba solo podía significar una cosa: el éxito de las revistas rusas Sputnik (https://sputniknews.lat/20161213/revista-Sputnik-generaciones-1065512304.html) entre los guajiros cubanos.
Con ese nombre, mi abuela rompía con una tradición que incluía numerosos Pedros, Matías o Diegos en el copioso árbol genealógico de la familia. Sí, porque somos muchos los Vargas que vivimos en Santa María, especie de Macondo insular que sin dudas, merece otro post para describir sus maravillas y singularidades.
Pues crecí con la extrañeza de ese nombre, unido a las frecuentes bromas de aquellos para los que Aliocha (Aлёша) rimaba convenientemente con brocha, antorcha y otra cosa que es mejor suponer que confesar, pero que siempre supe tolerar sin grandes riñas, creyendo que lo problemático era sinónimo de cierta originalidad. Lo cierto es que desde pequeño podía permanecer horas moldeando figuras de plastilina, fabulando historias con personajes imaginarios o cantando viejos hits románticos en las noches de apagón, rodeado de un racimo de Vargas y vecinos.
--Raro el muchacho, decían preocupados algunos, al tiempo que sugerían típicas alternativas como llevarme a la costa a coger cangrejos, pescar peleadores o desandar monte, tira piedra en mano, para quebrar cuanta garza se cruzara en el camino. Y claro que tuve que someterme a esas terapias de choque con mataperreo incluido, sin embargo, en la noche volvía a ese universo de arcilla, seres y melodías que me pertenecía por completo. Con las ganancias que solo otorga el tiempo esa vocación logró trascender la niñez para convertirse en un hecho.
De las improvisadas canciones a cursar estudios de música, de los juegos infantiles al aprendizaje de la actuación y el teatro. Del inhóspito pueblito de Santa María a otras ciudades y países. Del muchacho raro y distraído a un profesional seguro, empeñado en aprender de cada experiencia. Describirse uno mismo puede ser un difícil ejercicio porque implica despejar lo superfluo de lo esencial; pero en síntesis, Aliocha Pérez Vargas sigue siendo aquel guajiro amante de la belleza y las cosas sencillas, melómano incurable, atado a pesar de todo a ese Macondo que muchos no saben ubicar en el mapa.
Pero si mi nombre parece cosa de abedules y estepas de nieve en pleno Caribe, mi profesión no se queda atrás. Teatrología puede ser algo que muchos confunden con el estudio del escarabajo estercolero o la física cuántica, así que me reservo la manera en que los Vargas reaccionaron ante la noticia, hoy convertida en un hecho. De ahí se deduce otro sino de mi carácter: la presencia de un añejo romanticismo por las causas perdidas, apostar por lo improbable, nadar a contracorriente y creer en la capacidad del arte para dialogar, entender al otro, crear puentes y generar sensaciones. Vivir para el teatro ha sido mi mayor locura, la confirmación del mismo delirio que llevó a mi abuela a bautizarme como un obrero moscovita, delirio que heredo con evidente orgullo.
Compartir esa actitud, interactuar y reconocer en otros un camino de crecimiento similar al mío, abrir una puerta a nuevas experiencias, siempre enriquecedoras, desde esas visiones, son parte de mis expectativas en HIVE, este nuevo universo que la virtualidad me ofrece. Desde esta, mi carta de presentación, los invito a confirmar mi certeza: no hay nada de extraño en llamarse Aliocha o Aлёша siempre y cuando, sea leal a mi forma de entender la vida.
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Las imágenes usadas en este post pertenecen por completo a mi galería personal.