Hola, comunidad de Hive!
Hoy quiero compartir con ustedes algo muy especial que me ha regalado esta etapa del postgrado, algo que va mucho más allá del aprendizaje académico y las guardias interminables. Hablo de la familia que encontré en este camino, esa familia que no elegimos pero que termina siendo fundamental para nuestro día a día.
La familia del postgrado: más que compañeros, hermanos
Cuando empecé el postgrado, siendo hija única, no imaginaba que iba a encontrar personas que se convertirían en mi apoyo, mi refugio y mi alegría en medio del estrés. Porque créanme, ser residente no es fácil: las horas largas, el cansancio, la presión… pero tener a alguien que entiende todo eso y que está ahí para ti hace toda la diferencia.
Y dentro de esa familia, apareció alguien muy especial: mi “gemela perdida”. Sí, así como lo leen. Yo, que soy hija única, encontré a alguien que no solo se parece a mí en la forma de ser, sino también en el físico. Y no es broma.
Mi gemela: la copia casi exacta
Desde el primer día que nos vimos, algunos compañeros y enfermeras comenzaron a hacer bromas sobre lo mucho que nos parecíamos. Al principio, yo me reía pensando que exageraban, pero con el tiempo me di cuenta de que no era para nada una exageración.
Nos parecemos tanto que las enfermeras a veces nos confunden y nos llaman por el nombre de la otra. Incluso algunos padres que vienen a la consulta se quedan mirando con cara de “¿pero esta no es la otra doctora?” y terminan preguntándonos si somos hermanas. Y claro, nosotras nos reímos y decimos que sí, que somos gemelas separadas al nacer.
La confusión divertida y la complicidad que nace
Lo más gracioso es que esta confusión se ha vuelto parte de nuestra rutina. En una ocasión, una enfermera nos pidió que intercambiáramos turnos porque “total, ustedes son iguales, nadie se dará cuenta”. Y aunque fue en tono de broma, nos hizo pensar en lo increíble que es encontrar a alguien con quien conectas tanto, que hasta el físico parece un reflejo.
Pero aquí viene la parte más divertida: en nuestra “gemelitud”, tenemos una pequeña diferencia que nos define y nos hace únicas. Yo soy la “gemela benigna”, la más tranquila, paciente y dulce (o al menos eso me gusta pensar). Ella, en cambio, es la “gemela maligna”: un poco más intensa, directa y con esa chispa que a veces nos pone a todos en alerta. Es como si el universo nos hubiera regalado dos versiones de la misma persona, pero con personalidades que se complementan y equilibran.
Una familia que elegí y que me eligió
Más allá de la apariencia, lo que realmente importa es la conexión humana. Con mi gemela compartimos no solo risas, sino también el cansancio, las dudas, los miedos y los sueños. Nos apoyamos en los momentos difíciles y celebramos los pequeños logros como si fueran grandes victorias.
Esta experiencia me ha enseñado que la familia no siempre es la que te toca por sangre, sino la que eliges y que te elige. En el postgrado encontré un grupo de personas que se han convertido en mi segunda familia, y dentro de esa familia, a alguien que siento como mi hermana gemela, aunque no compartamos ADN.
¿Y ustedes qué opinan?
Ahora les dejo la pregunta a ustedes, queridos lectores: ¿realmente nos parecemos? ¿Creen que somos gemelas o solo nosotras nos hacemos las parecidas? Y, por cierto, ¿quién creen que es la “gemela benigna” y quién la “maligna”? Déjenme sus comentarios, que quiero saber si esta “confusión” es solo cosa nuestra o si realmente somos un par de clones en acción.
¡Un abrazo enorme para todos y gracias por ser parte de esta familia extendida!
PD: Todas las imágenes son de mi propiedad, tomadas desde mi dispositivo móvil modelo I Phone 12