A lo largo de mi vida, siempre me han dicho “tienes una energía muy bonita”, “iluminas a donde llegas”, “le alegras el día a cualquiera”., “eres muy segura”. Son frases que debo admitir que me han hecho sentir muy halagada y también emocionada cuando las he escuchado, pero que también me hacen sentir que es un rol que siempre debo cumplir. Es bonito que las personas te hagan saber como las haces sentir. Siempre lo he agradecido. Sin embargo, me causa ansiedad comunicar que no siempre tenga la energía mas bonita, ni soy la más segura ni la más alegre. Realmente, he sufrido de depresión, ansiedad, ataques de pánico y ansiedad muchas veces. En este momento, estoy casi segura que he estado viviendo una depresión desde hace meses, solo que ahora los síntomas se han hecho más evidentes, al punto de bloquear mi mente y mantenerme en un estado de reposo, sin ánimos, ni ganas, ni energías bonitas; solo lágrimas diarias y remolinos de tristeza, frustración, culpa y mediocridad.
Me prometí un año exitoso, de cambios que me generarían alegrías y estabilidad, esa que llevo buscando desde hace mucho tiempo. No obstante, llegar a ellas ha sido como vivir en un callejón sin salida. Descubrí hace mucho lo que quería ser y hacer, pero qué difícil me ha resultado lograrlo. Y no porque desconozca cómo, si no que, en el camino del intento, cada vez que ha surgido algún obstáculo, he sucumbido ante ello. Levantarme ha sido mi mayor peso. No me llevo bien con los “fracasos” o los “errores”. Me llenan de rabia, inseguridad y frustración. Es increíble lo mucho que me destruyen. Admiro lo rápido que otras personas se sacuden el polvo causado por los tropiezos, y continúan caminando, con más fuerzas y más enfoque de no caer de nuevo al suelo. Yo soy lo contrario. Cuando me caigo, me hundo aún más. Llegan los cuestionamientos, los reproches…y ahí me quedo metida más tiempo del que me gustaría. Soy mi peor enemiga. Es lamentable lo autodestructiva que puedo ser cuando me equivoco. Soy tan mala conmigo misma, que me sigo obligando a estar en ese lugar de oscuridad, aun cuando empieza a llegarme claridad. Es como que me digo: “no, quédate un rato más, aún no salgas. Quizá así aprendas más”.
Yo me prometí cumplir 3 cosas relevantes este año: la primera era renunciar al trabajo que tenía que no me gustaba y me frustraba, para trabajar en lo que me apasionaba. Se lee hermoso e inspirador, ¿cierto? Pero hacerlo no lo es…tanto. Renuncié y me sentí el ser más valiente y capaz del mundo, un sentimiento de logro que no había sentido hacía mucho. Yo tenía mi plan elaborado en mente y lista a tomar acciones, pero llegó el primer tropiezo, y bueno, la primera caída fuerte. No duré tanto tumbada porque me llegó una solución rápida, sin buscarla y pues, decidí agradecer y llenarme otra vez de alegría y disposición. ¿Y adivina cuanto me duró? Un poco más de un mes, quizá. La segunda caída fue más dura. La sentí más como la señal de que lo que estaba haciendo no iba a resultar y que lo más probable era que debía parar…pronto. Y ahí empecé a dudar, a caer…a dejar de pararme, de crear, de creer. Mi mente solo se enfocó en cuestionar sin parar. Pero justo en ese momento, volví a ver luz. Si, otra vez. Bueno, para que entiendas más qué sucedió, es que, en estos días, uno está bastante dependiente de los dispositivos electrónicos y pues, se me quemaron dos computadoras en un lapso de 3 meses y no eran siquiera mías, así que te imaginarás como de retorcida estaba mi mentalidad. Yo queriendo materializar mi sueño de trabajar remoto, de ahorrar y mudarme, y este, cada vez más, se alejaba sin parar. Sin embargo, llegó la tercera salvadora, una laptop viejita pero lista para ser usada, prestada por supuesto, con la cual podía reconectar con mi sueño y pasar la página, pero mi mente ni se molestó en alegrarse por ello. ¿Qué hizo? Se quedó en blanco. Por muchos días. Sin energía para actuar. Ya estaba como vencida. Exhausta. De repente un día, decidió activarse y otra vez empezó a funcionar como antes. Ahora si era el momento de darlo todo. Aun tenía tiempo y todo iba a salir bien. Sin embargo, esa convicción me duró como 2 semanas. Y llegó lo que más temía: la tercera caída. Al no ver los resultados que tanto esperaba, y que mi bolsillo solo se quedaba, entendí que lograr ese sueño realidad no se iba a dar como mi corazón tanto anhelaba. Me convencí de que era mejor renunciar a ello, y buscar otras opciones que quizás me volvieran a hacer sentir alegría, emoción.
Pero no pasó. Me llené de tristeza, frustración, a intentar a medias, a llorar, a sabotear, a preguntarme miles de cosas y a agobiarme por ello. Y ahí me quedé por bastante tiempo. Mejor ni te cuento la cantidad y el tipo de pensamientos que desfilaron en mi pasarela mental. No me siento orgullosa ni capaz de describirlos acá. Los ataques también estuvieron presentes, casi que en primera fila. El punto es que no me cumplí. No lo logré. Una vez ese sentir se esparce por tu mente, te devasta. Es un sentimiento que te consume, te debilita. Y con él he luchado por bastante tiempo, en silencio. Porque si algo me cuesta, es hablar de lo que me molesta, me hiere, me frustra. Es como que cuando me preguntan cómo estoy, nudo tras nudo me invade la garganta y solo me sale decir: “bien”. Y no solo bien, también le agrego sonrisa y carisma para que te convenzas. Porque seguir metida en el personaje de “ser la chica que siempre sonríe y brilla”, parece que es prioridad también.
Hace casi dos semanas, una sabia tía, mi hada madrina como yo la decidí llamar siempre, me escribió para saber qué me pasaba. Así directo. Yo había estado rondando por su mente por varios días y eso hizo que me escribiera. A ella no le puedo callar nada. Aun quiera. Ni mis peores tormentos. Así que, le dije todo. Y bueno, cuento corto, el regaño fue duro. De esos que te hacen llorar porque duelen de tanta razón que tienen. En pocas palabras, me mandó a despertar y a buscar nuevas metas, y a agarrar la oportunidad que llegara para llenar mi mente de pensamientos más productivos y también mi bolsillo. También me recalcó que no olvidara mis sueños y que no dejara de luchar por ellos, que paso a pasito, igualmente los podía lograr. Pero por ahora, yo necesitaba cambiar mi actual realidad. Por supuesto, me dijo lo valiente, fuerte, inteligente que era, que no lo olvidara jamás, que todos en algún momento hemos tomado decisiones malas, impulsadas por la idealización y también por la presión de abarcar cosas que no están en nuestro radar.
Han sido 5 meses duros de vivir, donde me he molestado conmigo misma por reaccionar así cuando las cosas no salen como quiero. Agrégale también la subida de peso, el acné, el sentimiento de insatisfacción y fracaso de que emigré para forjar un futuro "mejor y estable", y aquí estaba, sin trabajo, sin dinero, sin un espacio que llamar mi nuevo hogar, ni ánimos... además del ruido alrededor que potencia aún más el sonido del caos que llevo dentro. Es como que todo conspiró, se acumuló y decidió explotar en un solo momento. No sabes cómo anhelo aprender a ser más valiente, a no dejarme vencer tan rápido y levantarme veloz, a tratarme con más amor en mis tropiezos. Es un trabajo interno que me va a llevar tiempo, pero tengo la certeza que es necesario hacerlo y que vale todo mi esfuerzo. No siempre soy capaz de brillar, de alegrarle la vida a los demás, y en este tiempo me ha costado ser esa persona que la gran mayoría adora admirar. Pero no puedo ser hipócrita. Así que solo me he alejado, intentando encontrar apoyo en mi soledad.
Sin embargo, son momentos que no deberían de vivirse solos. Me cuesta entenderlo, pero es la verdad. No siempre podemos levantarnos sin ayuda. Así que, una vez me llegó, decidí aceptarla. Volví a terapia, después de mucho tiempo, para reparar daños, sanar heridas, entender mi forma de reaccionar y descubrir herramientas para mejorar, y también reconectar con mi energía y mi sonrisa, y sí, volver a sentir que puedo brillar.
No sé si pueda escribir más sobre este proceso, pero espero vivirlo.
PD: Si leíste, gracias. No ha sido fácil escribir todo mi sentir aquí pero creí necesario buscar una forma de despejar mi mente.