Sara se dirigía a Calabozo, hacia mucho calor más de lo normal, la calle parecía arder con los reflejos del sol, la chica se bajo del auto se sentía sofocada, había hecho una parada en Ortiz.
La mujer fue hasta la iglesia Santa Rosa de Lima, quiso verla de nuevo habían pasado muchos años de la ultima vez que entro allí, recordó el dolor que sintió en esa ocasión, todo era tan confuso, quien vestía de blanco y caminaba al altar era su hermana, se casaba con el hombre que una vez le juro a Sara que la amaba, en ese momento ella estaba llena de despecho, tristeza y desolación, creía que todo su mundo se acaba en ese instante.
Por eso se marcho de su casa ese mismo día, no podía soportar tanta hipocresía de parte de todos y principalmente de él.
Ahora los años han curado la herida que tenía abierta Sara, solo mira con compasión su pasado y entiende que nadie le quito nada, ni nadie, no existen culpables en esa historia, solo personas adoloridas sin saber como salir de los laberintos del sufrimiento y el dolor.
Con su corazón sanado Sara había perdonado a todos, incluso a si misma por haber participado en un triangulo del cual nadie saldría bien librado, ni siquiera los que se juraron amor y fidelidad ante el altar.
La vida, el tiempo había puesto todo en su lugar, Sara encontró su lugar en el mundo gracias a su decisión de partir del hogar donde nació, por su parte su hermana tuvo una relación tóxica y peligrosa con su pareja con un final de pronostico conocido, el hombre en cuestión se fue y nunca más volvió.
Ahora era el momento de hacer las paces con el pasado, con la familia para continuar en libertad como lo decidió Sara aquel el día de unión y desunión familiar frente al altar de la iglesia de Ortiz.