En ese instante yo era como un témpano de hielo, frío e inamovible, quedé pasmado ante las extrañas palabras de aquel viejo sacerdote, no sabía que responder y estaba algo asustando. El cura sacó de su bolsillo un guardapelo que se abría y su contenido resguardaba dos pequeñas fotografías, una de ellas era la foto de Adelaida, pero con un aspecto y vestimenta de una época pasada.

      Mis ojos se abrieron casi saliéndose de sus órbitas, me cuestionaba si creer lo que el clérigo me mostraba pero era imposible no dudarlo, después de lo de anoche y las palabras que Adelaida deliraba de sus labios comencé a descubrir que todo encajaba.

—¿Lo ve? —Me dijo el sacerdote—Ahora mire la otra fotografía, ¿ve a ese hombre?, pues bien, es el esposo de Adelaida o lo era hace poco.

—¿Qué quiere decirme con esto? ¿Ellos son una especie de seres sobrenaturales que no pueden morir jamás?

—Pues de morir pueden. —Respondió el cura—Lo que no tienen permitido es esconderse del ojo de mi expiación. Mi orden ha estado persiguiendo a esta raza por generaciones y mi grupo ha sido encargado de ir por la familia Aristigueta, es decir, a la que pertenecen Adelaida y su esposo.

      No sabía si creerle a ese hombre de oficio eclesiástico; su tono de voz sonaba serio y a la vez sarcástico, era como estar frente a un personaje de una película absurda de cacería de monstruos. Sin embargo, sostenía mi creencia hacia sus argumentos por las palabras que reveló al principio ¿estaría observándonos anoche este entrometido sacerdote?

—Sé que aún no me cree. —Continuó—Pero por eso estoy aquí, para mostrarle lo que esa criatura está haciendo con la energía que le arrebató anoche, no se preocupe, trataré de que todo lo escabroso que vea no sea tan impactante, las cosas se pondrán interesantes a partir de ahora.

      Las palabras de ese sacerdote solo me asustaban cada vez más ¿será cierto lo que me decía? Me mandó a cambiarme de ropa y a colocarme algo casual para salir y yo obedecí no porque él me lo ordenaba, sino por la curiosidad que en ese momento me estaba matando. No podía soportar tantas aseveraciones extrañas, así que llevé a mis ojos a vislumbrar el horrible secreto de Adelaida.

      El sacerdote y yo caminamos hacia una dirección opuesta a la casa que supuestamente había comprado Adelaida, lo cual, con un gesto me dio a entender que ella no se hallaba allí. Fuimos al parque aledaño que se encontraba a solo unas calles del suburbio donde residía, y durante nuestro trayecto, no pude contener mis preguntas sobre el extraordinario hombre que me acompañaba.

—Oiga, no me ha dicho su nombre siquiera —Le dije.

—Lo siento muchacho, pero no puedo revelártelo mientras estoy en mi misión, va contra el reglamento al que me he juramentado, lo que si te aseguro es que si soy sacerdote y puedes llamarme «Padre».

      Cavilé un poco ante esa respuesta, pero no me quedaba de otra que conformarme y proseguir a la siguiente pregunta.

—Cuando me enseñó la foto del supuesto marido de Adelaida, me dijo: «era su esposo» ¿qué quiso decir con eso?

—Que está muerto obviamente. —Me contestó con frialdad—De hecho, fui yo quien lo mató y ahora voy por su mujer. Los Aristigueta es una de las familias de parásitos más extensas, a mi orden le tomó siglos reducirlos a la cantidad que son actualmente. Descubrí que la manera sencilla de acabarlos es sorprenderlos mientras reposan con la energía que robaron, en estos momentos, eso es lo que debe estar haciendo Adelaida.

—Entonces si ellos extiendes sus vidas robando la vitalidad de otros seres vivos, ¿cuántos años tiene Adelaida?

      El hombre me miró en ese instante con sus ojos marrones y penetrantes, esa mirada que al parecer ha visto cosas horribles que escapan de los límites de mi imaginación. Ostentando una sonrisa leve, el sacerdote respondió a mi pregunta.

—Ella tiene más de dos siglos de edad.

      Me quedé frío al escuchar su respuesta, pero ya en el fondo, esperaba que me respondiera algo similar puesto que recordaba aquella vieja fotografía y su fachada arcaica. Al llegar finalmente al parque, nos dirigimos al pequeño bosque que por alguna razón desconocida, la gente evitaba entrar. Irrumpimos en un camino de columnas de piedra bien labradas hacia los lados, hasta encontrar su culminación que era un corto terreno donde se encontraba un ataúd pedrusco.

—Póngame atención buen hombre, —Me decía el sacerdote—No trate de interrumpir la actividad que estoy a punto de realizar. No haga nada, solo observe, a partir de aquí esto será una batalla y usted no tiene motivo por el cual entrometerse.

      Di unos pasos atrás después de escuchar la advertencia del sacerdote, completamente callado y con los ojos sumamente atentos. Se abalanzó contra el ataúd de piedra y movió la tapa a un lado revelando su terrible contenido. Era Adelaida, quien descansaba como si estuviese en el más profundo y hermoso sueño, ¡oh tan hermosa se veía! Que daba pena los arremetimientos que el cura emprendió hacia ella.

      Su piel era plateada como la luna y tersa como la porcelana; ¡era increíble! Su cuerpo delgado estaba cubierto con un vestido vinotinto que exaltaba su belleza. Su cabello era rojo y vivaz cual llamarada, al igual que sus labios, puedo jurar que ojeaba un efecto parecido al de una fogata sobre estas dos características. Sentí una necesidad extraña de querer recostarme junto a ella, pero el sacerdote se paró enfrente de mí ofuscando mi vista y comenzó a recitar sus encantamientos sagrados.

—¡Levántate! ¡No seguirás maniobrando ese fuego que has robado! ¡No te pertenece, al igual que todo tu ser no atañe a este mundo! —Vociferó el sacerdote a toda garganta.

      En ese momento Adelaida abrió los ojos y lentamente se levantó de su lecho. Miró al clérigo con mirada de desprecio e irguió todo su cuerpo para intentar atacarle. El sacerdote sacó de su hábito un rosario encantado y lo amarró a su antebrazo apretándolo con ímpetu.

—¿Crees que podrás escapar esta vez? —Dijo el sacerdote en tono muy seguro —Pues para tu desgracia aquí tengo un haz bajo la manga.

      El cura me señaló y Adelaida me miró con una expresión de horror en su rostro, como si estuviese ante una fatalidad final e inexpugnable. Ella se quedó paralizada y expulsó de su boca una serie de alaridos y chillidos que me estremecieron fuertemente.

      En ese momento, el sacerdote sacó de su bolsillo una pequeña punta de flecha de plata y la insertó cruelmente en el pecho descubierto de Adelaida. Esto hizo que se retorciera y exhalara gritos de dolor aún más inquietantes. Después, su belleza comenzó a secarse como una flor hermosa que se marchita con celeridad. Se volvió inerte y su cuerpo se endureció parecido a una piedra, luego se desmoronó raudamente como una escultura de arena que perdió su sostenimiento. Asimismo, de su imagen solo quedó una pila de cenizas secas.

      Yo no pude escapar de mi asombro por un breve periodo de tiempo, el sacerdote se acercó a los restos de Adelaida tomando un puñado de ellos y los lanzó al viento, luego se dio media vuelta y me miró fijamente con un rostro severo.

—Voy explicarle lo que acaba de pasar. —Dijo el presbítero—Adelaida al fin está muerta y usted puede considerarse un hombre libre amigo mío. La razón del porqué lo he traído como he dicho al principio, es para que el embrujo perdiera potestad al contemplar la victima la verdadera forma de su acechador, que en este caso era Adelaida. Una vez hecho esto su poder se debilitó y por lo tanto, fue muy sencillo derrotarla. De esta misma manera acabé con su esposo, ahora ya no harán más daño a personas incautas.

      La explicación del sacerdote no me hizo sentir mejor, aunque, sin embargo, me despojó de un peso enorme. El cura se acercó a mí, me dio la mano en modo de despedida y se marchó sin decir subsiguiente palabra alguna. Hoy en día, ese suceso aun me desprende de la calma, porque la pasión ahora ínfima que siento por Adelaida aún sigue latente. No dejo de pensar en sus ojos verde esmeralda que posteriormente se volvieron lilas, y en aquella noche en que compartimos un momento de fogosa ternura. Quizás para el misterioso clérigo el embrujo finalmente había acabado, pero para mí, es algo que siempre apreciaré hasta el final de mis días.