Mi hermano volvió de viaje y se encontró con su karma frutal: 40 mangos maduros, pulposos y con mirada de "hoy no sales vivo de aquí", todos alineados como un pelotón de fusilamiento.
— "¡Juro que soy inocente!” —gritó, en una carcajada.
— ” Te extrañaron” —dije, partiendo uno con crueldad gourmet.
Él, como un hámster con ansias de gloria, empezó a devorarlos. Los primeros 10 los atacó con furia épica, jugo corriéndole por los codos como un Vikingo en un buffet .
Pero para el mango 12, la realidad lo golpeó más fuerte que la fibra. Su estómago emitió un sonido entre ballena varada y motocicleta ahogada.
— ”¡Mi esfínter es un anarquista!” —aulló, doblando el espinazo.
— ”No es rebelde, solo está emocionado” —le consolé, ofreciéndole otro mango con una sonrisa..
El mango 15 lo derritió como helado al sol. Se retorció. “
—Dios mío, ¿por qué? ¡Esto viola derechos humanos!
No paraba. Para el 23, capituló con bandera blanca (pañuelo manchado de mango). El resto acabó en:
5 licuados (autoengaño de ”esto es saludable”).
3 en la nevera (para su yo futuro masoquista).
2 en el techo (”arte moderno”, según él entre sollozos).
Y su sistema digestivo declaró independencia total.
La gula es fuerte, pero el colon es el verdadero juez.
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