#echameelcuento #cuentosconDios
Me permito invitar a esta iniciativa a: @nayecuarzo1969 @merzijet @generp
Recuerdo ser ese niño que hablaba con las plantas y los animales.
Recuerdo sentir tanto, tanto, que no solo percibía lo mío, sino también las tristezas, los enojos, las palabras reprimidas y la vergüenza de quienes me rodeaban.
Recuerdo llorar de forma súbita, y ser regañado por ello.
Con los años, comencé a construir máscaras. Aprendí a ser socialmente funcional y emprendí un maratón de casi treinta años para convertirme en un humano “normal” en la sociedad moderna:
- fuerte,
- resiliente,
- reservado,
- rígido.
Me sometí a jornadas de trabajo de doce horas, acumulando logros uno tras otro… pero nunca eran suficientes.
Tan pronto alcanzaba uno, ya ansiaba el siguiente.
Vagué por distintos rincones del mundo hasta llegar a Loreto, Baja California Sur.
Un pueblo mágico escondido entre montañas, mar y desierto. Fue aquí donde inició un proceso profundo de despertar espiritual, y comencé, poco a poco, a recordar mi verdadera esencia.
En ese proceso, las máscaras comenzaron a desmoronarse. Una de las más pesadas fue la de mi profesión: Médico.
Le juré lealtad a una estatua fría de mármol, en honor a un personaje llamado Hipócrates.
Pero en el despertar comprendí que mi llamado a la salud no surgía de la ciencia, sino del alma. Antes que médico soy sanador. Mi medicina es la palabra, la empatía y mis manos.
¿Y cómo conciliar esto con la ciencia?
Las piezas no encajaban.
Comencé entonces a ejercer mi propia medicina. Fue un llamado divino, un impulso irrefrenable. Y en medio de un proceso alquímico interno intenso, Dios me pidió romper aquel juramento hipocrático para sanar en libertad, desde el alma, bajo mis propios términos.
Les comparto a continuación el juramento que Dios me dictó en una de tantas noches en vela.
EL NUEVO JURAMENTO
Escrito por Fafnir Sowilo
Fui águila nacida en un nido de olvido,
alimentada por silencios a escasez de ternura.
Fui un niño lúcido en una casa de espejos rotos,
que aprendió a leer el alma ajena
porque pocos se detuvieron a ver la suya.
Pero no me quebré.
No me hice sombra.
Me hice raíz.
Como la semilla que, enterrada y presionada,
se transforma en un árbol no esperado.
Y aunque al crecer me vistieron de blanco
y me enseñaron a traducir la vida en cifras,
hubo algo en mí que nunca se dejó domesticar.
Fui médico, sí.
Usé un bisturí, seguí protocolos, busqué precisión.
Pero bajo la bata
palpitaba un tambor antiguo,
una voz que no cabía en una receta.
La ciencia me dio exactitud,
pero no me enseñó a nombrar el temblor
que nace cuando un alma se abre.
Me entrenaron para cortar, para reparar, para silenciar el síntoma.
Pero yo escuchaba otra cosa:
el eco del espíritu gritando desde las células,
el llanto ancestral escondido detrás del dolor físico.
Hasta que lo entendí.
Los contratos que firmé con tinta y reverencia,
eran juramentos ajenos.
Mandatos heredados por miedo y por amor.
Y yo los honré.
Pero ya no me contienen.
Hoy los rompo.
No por rebeldía,
sino por fidelidad a mi voz interna.
No por ingratitud,
sino por compasión hacia mi alma
que vino a recordar, no a repetir.
Porque la medicina precisa,
aunque necesaria,
no supo nombrar mi misterio.
Me dio diagnósticos, sí,
pero no me dio sentido.
Por eso me entrego al arte de escuchar lo invisible,
a la brújula del alma que vibra en cada pulso,
al susurro que brota antes de volverse llanto.
He venido a recordar
que el dolor no es enemigo,
sino un umbral.
Y que el verdadero sanador es aquel
que ha caminado sus propios abismos
y ha elegido dejar una grieta abierta
para que otros puedan cruzar por ella.
Juro no volverme piedra,
ni mármol frío que dicta desde el pedestal.
Juro tocar cada cuerpo con reverencia,
mirar cada alma con ternura,
y oír incluso lo que el silencio aún no se atreve a pronunciar.
Mi medicina es la compasión templada por el fuego.
Mi verdad no se enseña: se irradia.
Mi camino no busca aplauso,
sino eco en los corazones vivos.
Soy Fafnir Sowilo.
Hijo del Sol.
Dragón que resguarda y transforma.
Sanador entre mundos.
Y aquí dejo atrás el juramento que me fue dado,
para abrazar el que nació
desde mis entrañas.