Except for a truly strange event that happened to me a few years ago in a small town in Soria and I'll leave it here, I don't think I've ever seen a ghost, but I don't see the air either, and yet I have no doubt that it exists, to the point that my conviction follows to the letter the mysterious words that William Shakespeare put into the mouth of his character Hamlet, Prince of Denmark: there are more things in this world, Horace, than your philosophy can understand.

Of course, I have seen many cats, even black like the nocturnal velvet that takes the colors out of the Moon and although I know that in the past the superstitious medieval mind associated them with witches -and if not, ask James Stewart, the that Hollywood screenwriters made him fall in love with a splendid Kim Novak, who, in addition to being a witch, had a black cat as a magical companion- I am far from assuming that all homes where cats live are covens of sorcery, especially considering that there are who thinks, very correctly, that God created cats so that men could caress a panther.

However, from Ancient Egypt I can believe anything, in the same way that I cross my fingers with some legends and traditions of that traditional Mentidero (bikering) that continues to be Madrid and if there are those who say that at night Bastet, the ancient cat-goddess who ruled births but also war and therefore, death -curious duality, typical of a Mother Goddess- appears in this romantic setting that surrounds the Temple of Debod, adopting the figure of a large black cat, I remember what he told me very often an admirable teacher, best friend and unbeatable companion on the Way: when the river of tradition sounds, it is because it carries some historical water.

Salvo un hecho verdaderamente extraño que me ocurrió hace algunos años en un pequeño pueblo de Soria y aquí lo dejo, creo que nunca he visto un fantasma, pero tampoco veo el aire y sin embargo, no tengo duda alguna de que existe, hasta el punto de que mi convicción sigue al pie de la letra las misteriosas palabras que William Shakespeare puso en boca de su personaje Hamlet, príncipe de Dinamarca: hay más cosas en este mundo, Horacio, que las que puede entender tu filosofía.

Por supuesto, gatos he visto muchos, incluso negros como el terciopelo nocturno que le saca los colores a la Luna y aunque sé que antiguamente la supersticiosa mente medieval los asociaba con las brujas -y si no, que se lo pregunten a James Stewart, al que los guionistas de Hollywood le hicieron enamorarse de una espléndida Kim Novak, que además de bruja, tenía por compañero mágico a un gato negro- lejos estoy de suponer que todos los hogares donde viven gatos sean conventículos de hechicería, máxime teniendo en cuenta que hay quien opina, muy cabalmente, que Dios creó a los gatos para que los hombres pudieran acariciar a una pantera.

Sin embargo, del Antiguo Egipto puedo creerme cualquier cosa, de la misma manera que cruzo los dedos con algunas leyendas y tradiciones de ese castizo Mentidero que continúa siendo Madrid y si hay quien dice que por las noches Bastet, la antigua diosa-gato que regía los nacimientos pero también la guerra y por lo tanto, la muerte -curiosa dualidad, típica de una Diosa Madre- se aparece por este romántico escenario que rodea al Templo de Debod, adoptando la figura de un gran gato negro, recuerdo lo que me comentaba muy a menudo un admirable maestro, mejor amigo e insuperable compañero de Camino: cuando el río de la tradición suena, es que algo de agua histórica lleva.

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