15 de septiembre de 2015
En la noche, vivo una experiencia tremenda. Voy con Dylan por vez primera al estadio de pelota, al Sandino. Caminamos de la casa hasta el estadio, primero no quería entrar, creo que pensó que aquello era un hospital no sé, cogí entradas cerca del home, detrás de la malla. Pero cuando atisbó el estadio: sus luces, el campo verde, comenzó a reír a carcajadas, es la risa más atronadora y hermosa que he visto nunca. Nos sentamos y pronto comenzó el partido, pero como mismo comenzó, comenzó la lluvia. Nos trasladamos a las gradas y vimos caer la lluvia, iluminada por las enormes luces del estadio. El juego fue suspendido, pero vivimos él y yo, mirando caer la lluvia, con el estadio casi vacío, una sensación de plenitud casi mágica. Podíamos ver las enormes gotas iluminadas y Dylan estaba extasiado, hermoso y tranquilo. Jamás podré olvidar esta noche. El juego fue suspendido y, cuando escampó, regresamos a casa. Pero esa lluvia seguirá cayendo, iluminada y febril, frente a los ojos enormes de mi hijo, hasta el día de mi irremediable muerte…