¡Qué tal a todos!
¿Alguna vez han tenido la oportunidad de cumplir un sueño? Supongo que sí. Al menos algunos lo han logrado. Otros quizás no han podido… o simplemente no lo han intentado. Y no lo digo como juicio, sino como una observación honesta. A veces no se trata de no querer, sino de no saber cómo, o de sentir que no es el momento.
Yo, por ejemplo, siempre he sido una persona soñadora. Desde muy pequeño recuerdo que solía imaginar cosas imposibles. Era algo común, me parece. Fantasías como volar, teletransportarme o tener superpoderes llenaban mis pensamientos. Y aunque hoy puedo reírme de eso, también reconozco que aquellos sueños tan fantasiosos tenían algo de hermoso: la libertad de soñar sin límites, sin miedo al fracaso, sin filtros ni juicios. Soñar por el simple hecho de soñar.
Estos últimos días he estado recordando muchas cosas de mi infancia. Situaciones, momentos y personas que han dejado una marca. En ese proceso también reviví sueños olvidados. Algunos que no se cumplieron por la naturaleza misma de la vida, como el deseo de que mi abuela se recuperara de su enfermedad. Otros que parecían más cercanos: culminar mis estudios, viajar, formar una familia. Algunos, por suerte, sí los logré. Incluso llegué a salir en televisión y participé en un concurso nacional. No fue poca cosa. Fue un sueño que se materializó.
Y aunque ya soy adulto, sigo soñando. Y no me parece mal. Todo lo contrario. Creo que dejar de soñar es una forma silenciosa de rendirse. Pero claro, una vez que somos adultos, los sueños cambian. Se transforman. Se vuelven más terrenales o más emocionales. Ya no soñamos con tener superpoderes, sino con tener tiempo. Ya no soñamos con salvar al mundo, sino con salvarnos a nosotros mismos de la rutina, del cansancio o del olvido.
Ahora me pregunto: ¿estoy haciendo algo para cumplir mis sueños actuales? Y la verdad… no lo sé con certeza. A veces siento que sí, que estoy caminando hacia ellos. Otras veces creo que estoy simplemente sobreviviendo, apagando fuegos diarios y dejando que el tiempo pase. Tal vez es parte de esta confusión natural que viene con la adultez.
Por ejemplo, como fanático del fútbol, uno de mis sueños es poder ver jugar a mi equipo favorito en su estadio. Eso implica viajar a otro país, planificar, ahorrar, salir de la zona de confort. También me encantaría conocer lugares con historia y belleza como Grecia, Egipto o Japón. Y aquí hago una pausa para reflexionar: ¿eso son sueños, o son metas? Creo que la diferencia está en la percepción. Para muchos, viajar a Japón puede ser un sueño imposible. Para otros, una meta alcanzable si se organizan bien. En mi caso, lo veo como algo que requiere esfuerzo, pero que con disciplina se puede lograr.
Entonces, ¿qué es un sueño verdadero para mí hoy? Si dejo de lado lo material y me conecto con lo más profundo de mi ser, diría que uno de mis mayores sueños es tener salud y vida para ver crecer a mi hijo. Verlo convertirse en un ser humano íntegro, libre y feliz. Acompañarlo en su camino, ser testigo de sus propias conquistas. Y también deseo que mi familia esté bien, que haya salud, armonía y que podamos sostenernos mutuamente.
Sé que puede sonar a cliché, pero es la verdad. ¿De qué sirve poder volar, si a mi esposa o a mi hijo les falta lo esencial? ¿De qué sirve conquistar el mundo si no puedo compartirlo con quienes amo? Es curioso cómo cambian nuestras prioridades con los años. Aquello que antes parecía tan importante, ahora se vuelve secundario. Y lo invisible, lo cotidiano, lo sencillo… se vuelve sagrado.
Creo que, como adultos, seguimos soñando. Tal vez sin tanta fantasía, pero con la misma intensidad. Y está bien. Los sueños no siempre deben ser espectaculares. A veces el sueño más grande es tener paz mental. A veces es poder dormir sin preocupaciones. A veces es simplemente tener a alguien que te escuche sin juzgar.
Y si hay algo que he aprendido, es que los sueños que realmente valen la pena son aquellos que terminan convirtiéndose en metas. Porque soñar sin acción puede ser bonito, pero soñar con propósito es transformador. Y todos merecemos la oportunidad de ver al menos uno de nuestros grandes sueños hecho realidad.
Así que, si estás leyendo esto, te animo a que recuerdes tus sueños. Los de la infancia, los que tenías hace cinco años, los que a veces escondes por miedo o por vergüenza. Recuérdalos y pregúntate si todavía los quieres. Si la respuesta es sí, da el primer paso. Pequeño, lento, torpe si hace falta. Pero avanza. Porque los sueños, cuando se trabajan con amor, paciencia y perseverancia, dejan de ser fantasías… y se convierten en vida.
Lucha por esas metas que alguna vez se llamaron sueños. Porque el mundo necesita más personas que vivan con esperanza, que crean en lo imposible y que se atrevan a imaginar un futuro mejor.