Escrito por: Euclides A. Salazar C.
Desde pequeño crecí en un ambiente católico. Me gradué en un colegio religioso, asistía a misa y practicaba mi fe con devoción. Sin embargo, con el paso del tiempo, esa fe se fue diluyendo, y con ella, nacieron más preguntas que respuestas.
Una de ellas me acompaña desde siempre: ¿Existe algo después de la muerte?
Aunque alguna vez creí con firmeza en la vida eterna, esa certeza nunca fue completa. Incluso cuando me consideraba creyente, sentía miedo al morir. Miedo a cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Miedo a perderme en el vacío. Miedo a que todo termine y ya no haya nada más.
Con los años, he visto partir a familiares, amigos, personas cercanas. La muerte, aunque natural, no deja de doler. El vacío de no volver a ver, ni oír, ni abrazar a quienes amamos, es profundo. Sin embargo, el mundo sigue girando, y nosotros seguimos adelante: trabajamos, formamos una familia, crecemos, nos esforzamos… ¿pero para qué?
A veces me pregunto si realmente vale la pena tanto esfuerzo si, al final, todo queda en este plano. Tal vez dejamos una semilla en nuestros hijos, un legado simbólico. Pero si no construimos algo trascendente, ¿cuánto tiempo durará nuestro nombre en la memoria de otros?
Durante un tiempo pensé que era ateo. Pero hay experiencias que me han hecho dudar. Recuerdo claramente, cuando era un niño de tres años, que un familiar fallecido se me apareció varias veces. No sentí miedo. No entendía lo que pasaba, pero lo viví con naturalidad. Hoy, no sé cómo explicarlo, pero algo en mí conserva esa duda abierta.
No sé si es normal, pero algunas noches me cuesta dormir. El miedo a la muerte me invade. Tal vez sea parte de la naturaleza humana: buscar creer en algo que nos dé esperanza. Quizás lo que busco no es una religión, sino una señal. Algo que me diga que todo esto tiene un sentido más allá de lo visible.
¿Tú también lo has sentido alguna vez?
Tal vez esta sensación de vacío y búsqueda compartida sea la raíz de tantas creencias, filosofías y rituales que la humanidad ha cultivado desde tiempos antiguos. Desde las civilizaciones más remotas, nos hemos preguntado qué hay más allá del último aliento. ¿Nos espera algo? ¿Nos reencontraremos con quienes amamos? ¿O simplemente dejamos de ser?
A veces pienso que incluso si no hay respuestas claras, el simple hecho de hacerse la pregunta ya nos transforma. Nos conecta con una parte profunda de nuestro ser, con esa necesidad de trascender, de dejar huella, de amar más y mejor. Quizás ahí radique el verdadero sentido: no en la certeza de lo que vendrá, sino en cómo elegimos vivir mientras estamos aquí.
Y aunque el miedo a lo desconocido siga visitándome en las noches, quiero creer que cada acto de amor, cada recuerdo que dejamos, cada vida que tocamos, es una forma de eternidad.
Cuéntame si también te has sentido así, o, si conoces a alguien con esta sensación