Hola, comunidad Holos.
Inspirado por el impresionante llamado de @damarisvibra, he iniciado una profunda búsqueda en mi propio ser, explorando el fascinante mundo de los instintos. Estos mismos instintos, tan primarios y poderosos, a veces me desestabilizan de forma incontrolada. No siempre me siento preparado para afrontar las nuevas realidades que surgen en el camino del crecimiento humano. Sin embargo, estas son las faenas que debo aprender a dominar para forjar un horizonte de posibilidades. Confío en que lo que se avecina es bueno y positivo, el sueño que aspiro para mejorar mis condiciones de vida.
Pero la vida diaria no es un camino de rosas. He acumulado vastas experiencias, y hoy quiero centrarme en el impacto que tuvo en mí ser un encuentro con la avaricia. Sí, este instinto me conmovió profundamente al presenciar cómo una persona se entrega a un comportamiento compulsivo, obsesionada con acumular riqueza material y prestigio social en su árida cotidianidad.
El instinto de acumular bienes y dinero sin importar los medios es una condición humana que ha dominado históricamente la vida política de la humanidad. De hecho, el poder político y el poder económico han ido de la mano, a menudo más guiados por los instintos que por la inteligencia humana. Esto ha perpetuado la desigualdad y la injusticia social en la distribución de los recursos económicos en todos los rincones del planeta.
Permítanme ser más preciso sobre cómo el instinto de la avaricia desestabilizó mi zona de confort. Por primera vez, comprendí cómo este instinto puede anular la palabra, incluso un compromiso formal, con tal de adquirir dinero a la velocidad de la luz. Quiero el dinero ya. La avaricia no espera; busca por todos los medios que el dinero llegue de manera efectiva e inmediata a las arcas de la persona dirigida por la codicia.
El avaro adora el dinero con frenesí, idolatrando este tesoro financiero. Su afán no tiene límites ni techo. En este momento, no me cabe duda de que la toxina es el alimento de la avaricia. En consecuencia, dos más dos son cuatro: el avaro es tóxico. Son personas incontrolables, dominadas por un instinto que rige su vida individual, familiar y económica. En su mente, el valor del oro y el dólar superan el valor de la vida humana.
Entonces, ¿cómo puede una persona subsistir con el instinto de la avaricia dirigiendo la vida de los demás?
¿Se pueden educar los instintos? ¿O estamos condenados a ser arrastrados por ellos sin control?
La avaricia y su impacto en la vida de los demás.
Es una pregunta profunda y relevante. ¿cómo puede una persona subsistir con el instinto de la avaricia dirigiendo la vida de los demás? La respuesta es compleja y a menudo dolorosa, porque la avaricia no solo afecta al individuo que la posee, sino que se extiende como una sombra sobre quienes lo rodean.
Una persona dominada por la avaricia subsiste a expensas de los demás de diversas maneras. En las relaciones personales, esto se manifiesta en la explotación emocional y material. Amigos, familiares e incluso parejas pueden ser vistos como meros instrumentos para alcanzar sus objetivos económicos. La avaricia erosiona la confianza, la empatía y la reciprocidad, elementos fundamentales para cualquier relación sana. Quien es avaro puede manipular, mentir o incluso traicionar con tal de asegurar su beneficio, dejando un rastro de dolor y resentimiento.
En el ámbito profesional o social, esta subsistencia se traduce en competencia desleal, falta de ética y, en casos extremos, corrupción. La búsqueda incesante de acumulación lleva a pasar por encima de principios morales y legales. Empleados pueden ser explotados, clientes estafados, y la comunidad en general puede sufrir las consecuencias de decisiones tomadas únicamente para maximizar ganancias, sin considerar el impacto humano o ambiental. Quienes interactúan con una persona avara a menudo se sienten utilizados, desvalorizados y despojados de su dignidad.
En esencia, la persona avara subsiste nutriéndose de la energía, el trabajo y, en ocasiones, la sensible ingenuidad de los demás. Sin embargo, esta subsistencia es parasitaria, perversa y autodestructiva. Aunque puedan acumular riqueza y poder, la avaricia los aísla, los deshumaniza y los condena a una existencia vacía, desprovista de las conexiones genuinas y la satisfacción que solo se encuentran en la generosidad y el bienestar compartido. Al final, la riqueza material se convierte en una prisión atesorada y dorada.
¿Pueden los instintos estar por encima de los valores?
Mi respuesta corta es sí, los instintos pueden, en ciertas circunstancias, estar por encima de los valores, pero es imperativo entender cómo y por qué ocurre esto en los seres humanos.
Los instintos son impulsos biológicos innatos, respuestas automáticas y programadas genéticamente que buscan la supervivencia del individuo y de la especie. Hablar del instinto de autoconservación, el instinto reproductivo, es más, el instinto de apego y protección de la prole. Estos son poderosos y constantemente operan a un nivel subconsciente, provocando reacciones rápidas y viscerales.
Los valores, por otro lado, son principios, creencias y estándares éticos que guían el comportamiento y humanas nuestras decisiones. Son construcciones más complejas, moldeadas por el vaciado de la cultura, la educación, las experiencias personales y la reflexión consciente. Los valores permiten trascender la mera supervivencia y encontrar un propósito, la justicia, la compasión, la honestidad o la solidaridad comunitaria.
La relación entre instintos y valores es dinámica y a menudo conflictiva.
Cuando los instintos dominan. En situaciones de estrés extremo, peligro inminente o escasez, los instintos de supervivencia pueden anular temporalmente nuestros valores. Un ejemplo claro es la respuesta de "lucha o huida": ante una amenaza, una persona puede actuar de forma impulsiva para protegerse, incluso si eso significa ignorar valores como la honestidad o la cortesía. El instinto de avaricia, como mencionabas, es un ejemplo de cómo un impulso primitivo de acumulación puede sobrepasar valores como la equidad o la generosidad. En estos casos, la urgencia biológica toma el control.
Cuando los valores guían. Lo que nos distingue como humanos es nuestra capacidad para reflexionar, razonar y elegir cómo actuar, incluso en contra de nuestros impulsos más básicos. Podemos decidir sacrificar nuestra comodidad o seguridad por un ideal superior, como la justicia social, la defensa de los derechos de otros, o la lealtad a una causa. Un soldado que arriesga su vida para salvar a un compañero, o alguien que se niega a robar a pesar de tener hambre, son ejemplos de valores superando instintos primarios.
El papel de la educación y el entorno. Nuestros valores se fortalecen y se internalizan a través de las ciencias de la educación y la interacción social. Una sociedad que fomenta valores como la empatía y la cooperación puede ayudar a las personas a gestionar para bajar el intenso arrebato de sus instintos. Por ejemplo, aunque el instinto de competencia es fuerte, una educación en valores puede canalizarlo hacia una competencia sana y ética, en lugar de una avaricia desmedida.
Para finalizar, si bien los instintos son una fuerza poderosa inherente a nuestra biología, la grandeza del ser humano reside en nuestra capacidad de desarrollar y adherirnos a un sistema de valores que permite modular para trascender esos impulsos y construir una sociedad más justa y compasiva. La lucha entre instinto y valor es una constante en la experiencia humana, y nuestra evolución como especie se mide en gran parte por nuestra capacidad de inclinar la balanza hacia estos últimos.
Gracias por leer y reflexionar con mi post.
Hello, Holos community.
Inspired by @damarisvibra, awesome call, I have started a deep search in my own being, exploring the fascinating world of instincts. These same instincts, so primal and powerful, sometimes destabilise me uncontrollably. I do not always feel ready to face the new realities that arise on the path of human growth. Yet these are the tasks I must learn to master in order to forge a horizon of possibilities. I am confident that what lies ahead is good and positive, the dream I aspire to in order to improve my living conditions.
But daily life is not a bed of roses. I have accumulated vast experiences, and today I want to focus on the impact on me of being an encounter with greed. Yes, this instinct moved me deeply as I witnessed how a person indulges in compulsive behaviour, obsessed with accumulating material wealth and social prestige in his or her arid everyday life.
The instinct to accumulate goods and money regardless of the means is a human condition that has historically dominated the political life of humanity. Indeed, political power and economic power have gone hand in hand, often guided more by instinct than by human intelligence. This has perpetuated inequality and social injustice in the distribution of economic resources in every corner of the globe.
Let me be more precise about how the instinct of greed destabilised my comfort zone. For the first time, I understood how this instinct can override word, even a formal commitment, for the sake of acquiring money at the speed of light. I want the money now. Greed does not wait; it seeks by all means to get the money effectively and immediately into the coffers of the greed-driven person.
The greedy person worships money with frenzy, idolising this financial treasure. His eagerness has no limits and no ceiling. At this point, there is no doubt in my mind that the toxin is the food of greed. Consequently, two plus two equals four: the greedy are toxic. They are uncontrollable people, dominated by an instinct that rules their individual, family and economic life. In their mind, the value of gold and the dollar outweigh the value of human life.
So how can a person subsist with the instinct of greed directing the lives of others?
Can instincts be educated, or are we doomed to be driven by them unchecked?
Greed and its impact on the lives of others is a profound and relevant question.
It is a profound and relevant question: how can a person subsist with the instinct of greed driving the lives of others? The answer is complex and often painful, because greed not only affects the individual who possesses it, but also casts a shadow over those around him or her.
A person dominated by greed subsists at the expense of others in various ways. In personal relationships, this manifests itself in emotional and material exploitation. Friends, family members, and even partners can be seen as mere instruments to achieve their financial goals. Greed erodes trust, empathy and reciprocity, fundamental elements of any healthy relationship. The greedy may manipulate, lie or even betray in order to secure their profit, leaving a trail of pain and resentment.
In the professional or social sphere, this subsistence translates into unfair competition, lack of ethics and, in extreme cases, corruption. The relentless pursuit of accumulation leads to the overriding of moral and legal principles. Employees can be exploited, customers cheated, and the wider community can suffer the consequences of decisions made solely to maximise profits, without regard for human or environmental impact. Those who interact with a greedy person often feel used, devalued and stripped of their dignity.
In essence, the greedy person subsists by feeding on the energy, labour and sometimes the sensitive naivety of others. However, this subsistence is parasitic, perverse and self-destructive. While they may accumulate wealth and power, greed isolates them, dehumanises them and condemns them to an empty existence, devoid of the genuine connections and fulfilment found only in generosity and shared well-being. In the end, material wealth becomes a treasured and gilded prison.
Can instincts trump values?
My short answer is yes, instincts can, in certain circumstances, trump values, but it is imperative to understand how and why this happens in human beings.
Instincts are innate biological drives, automatic and genetically programmed responses that seek the survival of the individual and the species. Talk of the instinct for self-preservation, the reproductive instinct, indeed, the instinct for attachment and protection of offspring. These are powerful and constantly operate on a subconscious level, provoking quick and visceral reactions.
Values, on the other hand, are principles, beliefs and ethical standards that guide behaviour and guide our decisions. They are more complex constructs, shaped by the emptiness of culture, education, personal experiences and conscious reflection. Values allow us to transcend mere survival and find purpose, justice, compassion, honesty, or community solidarity.
The relationship between instincts and values is dynamic and often conflicting.
When instincts dominate. In situations of extreme stress, imminent danger or scarcity, survival instincts can temporarily override our values. A clear example is the ‘fight or flight’ response: faced with a threat, a person may act impulsively to protect themselves, even if that means ignoring values such as honesty or courtesy. The greed instinct, as you mentioned, is an example of how a primitive drive to accumulate can override values such as fairness or generosity. In these cases, biological urgency takes over.
When values guide. What distinguishes us as humans is our ability to reflect, reason and choose how to act, even against our most basic impulses. We may decide to sacrifice our comfort or safety for a higher ideal, such as social justice, defence of the rights of others, or loyalty to a cause. A soldier who risks his life to save a comrade, or someone who refuses to steal despite being hungry, are examples of values overcoming primal instincts.
The role of education and environment. Our values are strengthened and internalised through the sciences of education and social interaction. A society that fosters values such as empathy and cooperation can help people manage to lower the intense outburst of their instincts. For example, while the instinct to compete is strong, an education in values can channel it into healthy and ethical competition, rather than unbridled greed.
In conclusion, while instincts are a powerful force inherent in our biology, the greatness of being human lies in our ability to develop and adhere to a value system that allows us to modulate to transcend those impulses and build a more just and compassionate society. The struggle between instinct and value is a constant in the human experience, and our evolution as a species is measured in large part by our ability to tip the balance towards the latter.
Thank you for reading and reflecting on my post.
Las muestras fotográficas tomadas con mi teléfono realme Pro 7 son de mi propiedad patrimonial. || The photographic samples taken with my realme Pro 7 phone are my property.
Idioma: Post escrito en español y traducido al inglés con la ayuda de DeepL || Language: Post written in Spanish and then translated into English through DeepL