Hola queridos amigos de @Holos-Lotus
Estoy cumpliendo 56 años los días 26 y 27 de mayo; sí, hoy y mañana. Vengan conmigo y les cuento más sobre ese error que redefinió mi vida, con el deseo que ustedes se sumen a esta Iniciativa #6, en Las Cosas de Iris y me cuenten algún detalle que marcó vuestras vidas.
Les cuento 🎊🎉
Durante treinta y siete años, mi vida giró en torno a una mentira inocente, un error que, pese a su aparente insignificancia, terminó por moldear mi relación con el pasado. Creí, con una certeza incuestionable, que había nacido un 27 de mayo.
No había motivo para dudarlo: los cumpleaños celebrados, las felicitaciones familiares, incluso los documentos escolares más antiguos parecían confirmarlo. Sin embargo, la verdad llegó de manera casual, como esos descubrimientos que no se buscan pero que, una vez aparecen, lo trastocan todo.
Desde niña, el 26 de mayo fue una fecha sagrada para mi madre. Por alguna razón que nunca entendí, insistía en verme ese día, casi siempre con el pretexto de que mis amigos y familiares estarían el 27 para festejarme. Muchas veces me cuestioné la seguridad con que ella afirmaba: "Tú naciste el 26, no el 27". Después de todo, ¿quién podía saberlo mejor que ella? Y sin embargo, en mi identificación rezaba: 27 de mayo.
La entrada a la universidad y la obtención del nuevo Carnet de Identidad me obligaron a enfrentar otro enigma. Todos los documentos alternativos llevaban el nombre por el que me conocían: Iris. Pero el carnet identificaba a una tal Ilia (así, con "i" latina)
Mi inscripción de nacimiento decía Ilia Cruz Núñez. A los dieciséis años, con la poca perspectiva de la adolescencia, inicié los trámites: Registro Civil, abogados, testigos, documentos probatorios. En 1988, por fin, el nuevo carnet decía Iris.
Pero no todo fue perfecto. Quien debió corregir el dorso de la inscripción original nunca lo hizo, y solo lo supe a los treinta y siete años, cuando necesité un pasaporte para viajar a Francia. Por alguna razón, conservaba aquel documento ya rasgado en cuatro pedazos, donde se leía: Por cuanto Ilia se llamará en lo sucesivo Iris.... Un amigo me ayudó a localizar a la abogada que firmó aquella resolución, que, por cierto, nunca debió estar en mi poder. Ella gestionó la búsqueda de mi certificado de nacimiento original para corregir el error.
El lugar donde fuimos a buscar el tomo y folio de mi registro era un departamento con agujeros en el techo y riesgo de derrumbe. Debe estar cerca, dije con emoción, aquí veo los de mis hermanos. Entonces, el especialista, un hombre que ya peinaba canas, nos contó que en 1974 hubo un incendio en el Registro Civil y muchas personas tuvieron que ser reinscritas.
En mi mente fértil, reconstruí la escena: mi padre, con los nombres escritos en un papel cartucho con la letra precaria de mi madre; en las nuevas inscripciones, omitieron los segundos nombres y, quizá por asociación con mi hermana Lilia (nacida el **27 de abril), registraron a Ilia el 27 de mayo.
Me gustaría decir que esto explica todo, pero la realidad es más compleja. Mis padres, analfabetos, habían dejado sus nombres aprobando nuestras inscripciones con una caligrafía titubeante, producto del esfuerzo. Ellos fueron alfabetizados en 1961, en una campaña donde una joven maestra debió lidiar con el mal humor de mi padre y los quehaceres de mi madre, que criaba a seis hijos.
Valió la pena el esfuerzo, aunque firmaban con huellas dactilares, lograron escribir sus nombres. Pero esa es otra historia que prometo contar.
Lo grandioso, y a la vez desconcertante, es que ni mi madre ni mi padre notaron el error. Ellos nunca me llamaron Iris, tampoco Ilia. Cuando nací, me inscribieron y bautizaron como Irias Nery. ¿Cómo pudiste transitar tanto tiempo con el camino espiritual perdido?, me dijo mi madre después.
En los pueblos pequeños, los sobrenombres reemplazan a los nombres legales. A mí me conocían como Taty, y ese fue el primer eslabón de una cadena de identidades superpuestas.
La identidad se construye sobre pilares aparentemente inquebrantables, nombre, apellido, fecha de nacimiento. Me pregunto cuántas otras "verdades" personales seran realidad o malinterpretaciones. La memoria es frágil y a menudo confiamos en ella más de lo que deberíamos.
Aceptar la nueva fecha no fue fácil. No la reemplacé, la sumé. Ahora celebro mi cumpleaños el 26 y el 27 de mayo. Al principio, me resistí, pero con el tiempo entendí que el error no cambiaba quién era, solo ajustaba un detalle en la gran narración de mi vida. Aun así, quedó un vacío extraño, como si una parte de mi historia se hubiera desdibujado.
Y entonces llegó aquella adivina francesa que, al leer mi mano, dijo:
Naciste justo en un movimiento astral donde la tierra no lo percibió.
Aún estoy en busca de una explicación. No sé si es fácil de entender. La más básica es que yo nací en manos de una partera comadrona, seguramente en el limbo entre la noche y la madrugada. Qué importaba una fecha u otra, un nombre u otro, cuando mi madre tenía seis hijos que cuidar y un mundo de preocupaciones
Vivimos confiando en relatos no verificados, en fechas no contrastadas, en historias que aceptamos porque alguien nos las contó. La vida está llena de esos pequeños equívocos, errores que, aunque no alteran el rumbo, modifican la textura del pasado.
Al final, quizás no importe tanto la fecha exacta, sino lo que hacemos con el tiempo que tenemos. Aunque, eso sí, prefiero no pensar en cuántos otros errores aguardan ser descubiertos. La única certeza es que soy hija de mi madre.
Busca y encontrarás detalles que han redefinido tu visión del pasado, de ti, de algo, de alguien.
El dia 8 de junio premiaré un post, por valor de 3 HBD y 300 Puntos Ecency y otras recompensas que tu también puedes aportar.
Aquí te dejo algunos detalles a tener en cuenta en esta iniciativa #6.
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Gracias por visitar mi blog, soy Critica de arte e Investigadora Social, amante de la cocina. Te invito a conocer más de mi, de mi país y de lo que escribo. Texto y fotos de mi propiedad.