Saludos. La amiga @charjaim en su columna para la comunidad @holos-lotus, no deja la invitación a comentar sobre aquellos momentos en los que alguna situación nos ha sacado de las casillas e inevitablemente hemos perdido el control, algo de lo que no escapa nadie y que seguramente ha sido experimentado por mucha gente. Les comento…
En mis años juveniles tenía cierta tendencia a actual con impulsividad, algo que pudiera considerarse normal en esa etapa de la vida cuando el espíritu no ha tenido tiempo suficiente para madurar algunas reflexiones.
Claro está, que hay comportamientos que aunque comprensibles no son del todo justificados, pero así somos los humanos. No podemos olvidar que en nuestro día a día estamos librando una batalla por mantener a buen resguardo nuestra animalidad.
Una de las cosas que siempre rebasó mi capacidad de control fue estar frente a una injusticia. Si por ejemplo iba por la calle y veía a algún adulto maltratando a un niño, inmediatamente me dirigía hacia esa persona y le hacía un reclamo, esto era casi automático, sin medir las consecuencias. Lo peor era que no lo hacía de la manera más adecuada, haciendo un llamado a la sensatez, sino en tono de regaño, buscando hacer sentir mal al que estaba cometiendo el agravio.
A veces, ante ese comportamiento mío, la gente respondía con sorpresa, se quedaban como paralizados y luego continuaban su camino. Pero en otras ocasiones respondían que no me metiera en lo que no me correspondía. Y alguna vez que me ofusqué, y el otro también, llegué a recibir una buena trompada.
En una oportunidad estaba parado en la esquina de mi casa conversando con unos amigos. En eso llegó una” jaula” de la policía, nos pegaron contra la pared, nos registraron y nos pidieron la cédula, lo normal para unas policías acostumbradas a esos procedimientos un poco absurdos.
Uno de los policías me preguntó qué hacía y le dije que era estudiante. Le mostré mi carnet del pedagógico y me apartó del grupo. A los demás se los iban a llevar, sin motivo alguno. Le pregunté al policía por qué se los iban a llevar y su respuesta fue un empujón y la orden de qué también me montara en la “jaula”.
Alguien avisó a mi padre y logró interceptar la “jaula” antes de salir del barrio, habló con los policías y logró que nos soltaran a todos los muchachos. El regaño que me echó mi padre hizo estremecer las paredes de la casa.
Con frecuencia llegan a mi memoria escenas, de diferentes momentos de mi vida, donde me veo diciendo cosas innecesarias y dañinas a personas que he querido. Esas imágenes, convertidas en recuerdos, siempre me dejan una profunda sensación de vergüenza. En todas esas ocasiones el sentimiento de revancha fue lo suficientemente grande como para dejar en suspenso la racionalidad, en todas esas ocasiones me dejé llevar por los impulsos…
Con el paso del tiempo, y para fortuna mía, mi temperamento se ha vuelto menos impulsivo. Creo estar mucho más consciente de la importancia de pensar primero antes de actuar, de medir bien las palabras antes de dejarlas salir.
Y no es que haya desaparecido del todo la sensación de revancha, esta sigue estando latente por allí, en alguna profundidad donde se mantiene inmune al control.
Es impresionante lo poderoso que puede llegar a ser el sentimiento de desquite, de venganza, de querer dar a conocer al otro la mala experiencia que ha producido en uno. Por cierto, una forma completamente equivocada de procurar resarcir cualquier daño.
Sin embargo, a medida que nos vamos conociendo también se nos aclara el panorama de hasta dónde podemos ser capaces de llegar, lo que facilita muchísimo el estar alerta ante nuestras posibles respuestas.
Estoy convencido que todos podemos avanzar en el camino de ser más amables, empáticos y tolerantes con nosotros mismos y con los demás. Lo que parece indispensable para fomentar una convivencia más sana. Reflexionar sobre estos asuntos es una tarea que seguramente dejará buenos dividendos.
Gracias por tu tiempo.
Greetings. My friend @charjaim, in her column for the @holos-lotus community, invites us [https://peakd.com/hive -131951/@charjaim/tragos-amargos-a-que-le) to comment on those moments when a situation has driven us crazy and we have inevitably lost control, something that no one can escape and that surely has been experienced by everyone. Let me tell you...
In my younger years, I had a certain tendency to act impulsively, something that could be considered normal at that stage of life when the spirit has not had enough time to mature certain reflections.
Of course, there are behaviors that, although understandable, are not entirely justified, but that's how we humans are. We cannot forget that in our daily lives we are fighting a battle to keep our animal nature in check.
One of the things that always exceeded my ability to control myself was facing injustice. If, for example, I was walking down the street and saw an adult mistreating a child, I would immediately go up to that person and complain, almost automatically, without considering the consequences. The worst part was that I didn't do it in the most appropriate way, appealing to reason, but in a scolding tone, seeking to make the person committing the offense feel bad.
Sometimes, in response to my behavior, people reacted with surprise, stood there paralyzed, and then continued on their way. But on other occasions, they responded by telling me to mind my own business. And once, when I got angry, and the other person did too, I ended up getting punched.
On one occasion, I was standing on the corner of my house talking to some friends. Then a police van arrived, they pushed us against the wall, searched us, and asked for our ID cards, which was normal for police officers accustomed to these somewhat absurd procedures.
One of the police officers asked me what I was doing, and I told him I was a student. I showed him my student ID, and he took me away from the group. The others were going to be taken away for no reason. I asked the police officer why they were taking them away, and his response was to push me and order me to get into the “cage” too.
Someone notified my father, and he managed to intercept the “cage” before it left the neighborhood. He spoke with the police officers and got them to release all of us. My father's scolding shook the walls of the house.
Scenes from different moments in my life often come to mind, where I see myself saying unnecessary and hurtful things to people I have loved. Those images, turned into memories, always leave me with a deep sense of shame. On all those occasions, the feeling of revenge was strong enough to suspend rationality; on all those occasions, I let myself be carried away by my impulses...
Fortunately for me, over time, my temperament has become less impulsive. I believe I am much more aware of the importance of thinking first before acting, of measuring my words carefully before letting them out.
It's not that the feeling of revenge has completely disappeared; it is still latent somewhere deep down, where it remains immune to control.
It's amazing how powerful the feeling of retaliation, of revenge, of wanting to make the other person aware of the bad experience they have caused you can be. Of course, this is a completely wrong way to seek compensation for any damage.
However, as we get to know ourselves better, we also gain a clearer picture of how far we are capable of going, which makes it much easier to be alert to our possible responses.
I am convinced that we can all move forward on the path to being kinder, more empathetic, and more tolerant with ourselves and others. This seems essential to fostering healthier coexistence. Reflecting on these issues is a task that will surely pay off.
Thank you for your time.
Translated with DeepL.com (free version).
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