Nuestra amiga @damarysvibra, a través de su columna Integrales y en Expansión, nos invita a reflexionar acerca de nuestra esencia original e innata que, como seres humanos, traemos de forma inherente en nuestro ser, y que conocemos como instinto.
Es cierto que a medida que pasa el tiempo vamos evolucionando y podría decirse que, perfeccionando nuestras habilidades, tanto físicas como cognitivas, y que también la humanidad, de tanto caerse y levantarse, ha ido aprendiendo a controlar algunos de sus instintos para poder avanzar en conjunto.
Por ejemplo, en el instinto de supervivencia, ante la amenaza de peligro o de posesión y defensa de un territorio, donde el ser humano mata por ganar guerras, o marca territorios casi que orinando como los animales, ahí, todavía no hemos evolucionado mucho. Es verdad, que la política y la diplomacia, han bajado un poco los humos y mantienen un equilibrio muy delgado, una línea invisible que aseguran respetar, y nos mantiene medianamente confiados, pero vivimos en la zozobra de que en cualquier momento ese instinto de posesión explote y literalmente nos haga explotar a todos.
Reconectando, reconociendo y aceptando mis instintos.
Como a todos, a mí también me ha tocado aplacar mis instintos, y digo aplacar, porque cuando un instinto aflora, muchas veces lo hace sin avisar y te das cuenta de cómo actuaste cuando ya lo hiciste. Gracias a Dios, en muchos casos, nos da la oportunidad de evaluar las situaciones y buscar el camino del equilibrio. Muchas de nuestras reacciones innatas son positivas, pero de igual forma existen las que no nos enorgullecen mucho.
Mi instinto materno:
Desde siempre he sido muy protectora. Me mueve un instinto de amparo, con el que defiendo, ayudo y cuido a los que quiero y a los que veo vulnerables o en necesidad de socorro. Entonces he llegado a comportarme como la mamá de muchos. Este instinto se suma a mi instinto gregario, donde me involucro tanto, tanto, con mis familiares y mi tribu.
Tengo mis tres hijos propios a los que cuido con todas mis energías, pero también abrigo bajo mis alas de mamá halcón a mis sobrinos, ahijados y demás niños cercanos a mí.
Cuando les pasa algo o alguien se mete con ellos, crece dentro de mí una dragona que es capaz de echar fuego. En esos casos me concentro en doblegar mi instinto y ubicar estrategias para solucionar sin quemar a nadie con mi fuego de dragona protectora.
En casa hay un par de gatas que, cuando tienen gatitos, me hacen sentir muy identificadas. Siempre los atienden con esmero, los lamen, los limpian y los amamantan por horas. Ellos van creciendo, superprotegidos y vigilados. Cuando ya dan pasitos y se aventuran a explorar por el patio, su mamá gata los vigila de cerca. Y cuando ya toca regalarlos y darles otro hogar, ellas se pasan alrededor de una semana llamándolos y buscándolos por todas partes.
Mi instinto materno se recontra activó desde que tuve a mi primera hija. Hoy en día, cuando vamos por ejemplo a una piscinada, los cuento una y otra vez. Los veo, y pienso, ok, allá están. Si miro de nuevo y solo veo dos, de inmediato activo mis antenas rastreadoras hasta que veo al que me falta y me tranquilizo de nuevo. No lo puedo evitar. Así me paso todo el paseo.
Mi instinto de supervivencia:
Así como siempre estoy con el sentido maternal activado, mi instinto de supervivencia también lo está, y obviamente es normal, pues se trata de algo innato.
Es instintivo en mí, estar alerta, atenta a posibles peligros. Y creo que a veces exagero, viendo catástrofes donde no las hay. Creo que me paso el día entero repitiendo: "Cuidado, deja eso, te puedes caer, lávate las manos, bájate de ahí, cómete todo, no corras" Tengo tres hijos y cada uno tiene unas pilas muy bien recargadas. Pero igual me ocurre con mi esposo: "Duerme un rato, toma agua, no lleves sol, no te comas eso, cuidado en la calle, tómate la pastilla"
Lo hago conmigo (imagínense si no) y con mis demás familiares. Trabajo en revisar mi comportamiento para no caer pesada, exagerando a la hora de ser previsora.
Conviviendo con mis instintos y con las "normativas" de la sociedad:
El comportamiento de la humanidad, va cambiando a velocidades vertiginosas. Lo que era considerado normal hace 20 años, hoy en día puede pasar por descabellado. Los instintos que nos han hecho permanecer y sobrevivir en el tiempo, van evolucionando también. La sociedad va dictando nuevos comportamientos que atraen como mosquitos de la luz a mucha gente. Sin embargo, son nuestros instintos los que nos mantienen anclados en un sentido común que, se quiera o no, nos brinda bienestar.
El instinto me dice que disfrutar más de mi creatividad y mi imaginación es mejor que utilizar IA, por ejemplo. Mi esencia me lleva a buscar el equilibrio en la convivencia con mi pareja, mis hijos, familiares y los cercanos a mí. Por instinto no sigo modas tontas que terminan afectando o nuestra integridad física, o la moral o la cognitiva. Esa Liliana alerta que hay en mí, me lleva a revisar bien el comportamiento de los desconocidos, para no confiar y caer fácilmente en engaños.
¿Cómo se llama este instinto?
No soy para nada celosa, gracias a Dios que no. Pero hay un instinto (creo que es un instinto) al que no sé darle nombre, que me alerta si alguna otra persona del sexo femenino, ronda demasiado a mi ser amado, llámese mi esposo.
En nuestros 26 años juntos, nunca, pero jamás de los jamases he tenido motivos para celar. Mi pareja es fiel y me lo demuestra con hechos, gestos y más, sin embargo, sí que he visto cómo algunas mujeres, (muy pocas, la verdad) han insistido en hacerse sus amigas y el comportamiento tan indiscreto de ellas, han hecho que mis antenitas se levanten como las del Chapulín Colorado. Son comportamientos que delatan sus intenciones y en esas oportunidades, que creo que puedo contar tan solo dos o tres (Gracias a Dios) me ha tocado muy sutilmente, espantarlas como a las moscas. ¿Cómo se llama ese instinto que me hace oler sus malas intenciones?
Gracias a Dios mi pareja no se deja engatusar y se me hizo fácil espantar las moscas, las pocas veces que me tocó.
Y así muchas de las reacciones innatas que hay en mí, me guían por la vida, llevándome por caminos que gracias a Dios me están resultando muy buenos, productivos y felices.