La vida tiene su propio curso y cada persona sus propios límites, el nacimiento y la muerte son las dos coordenadas tangibles que demarcan nuestra existencia, son los límites observables en nuestra línea espacio-temporal.

En nuestra cultura se festeja la llegada de una nueva vida al mundo y aun más allá, la concepción de un nuevo ser. Pero el otro extremo de la línea de la vida, la muerte, resulta un tema tabú para muchas personas, aún cuando es un hecho inevitable e innegable.

Decir adiós para siempre a un ser querido es una dolorosa experiencia, que yo he vivido varias veces. El dolor también es inevitable, así como la tristeza que nace al concientizar la ausencia definitiva de esa persona en nuestra vida. Es una ruptura definitiva con los apegos a esa persona, por eso es tan doloroso.

A mayor amor, mayor dolor. Cuando hemos tejido fuertes lazos afectivos, verlos desaparecer duele y considero que debemos aceptar ese dolor como una parte significativa del desprendimiento, pero una cosa es vivir el dolor ocasionado por la muerte de un ser querido y otra es sumirse en la tristeza. La vida continúa y uno tiene seguir su propia línea vital.

Mi reflexión es ser lo más consecuente posible con las personas a quienes amo y seguir los dictados del corazón para aceptar esos grandes regalos que nos da la vida y a la vez, regalar a quienes queremos cuanto nos sea posible. Cuando hablo de regalos, no hablo de comprar cosas, hablo de dedicar tiempo y esfuerzo y palabras para apoyar el bienestar de las personas amadas.

Y en mi reflexión acoto, dar todo lo que pueda hoy, porque no sé que pasará mañana. La vida es impredecible. El aquí-ahora es el puerto en el cual liberar los regalos del amor. Así se evita quedarnos con los obsequios en las manos por ya se ha ido el tiempo de entregarlos.

Otra reflexión es rescatar las vivencias hermosas compartidas, componer con ellas una serie mental y revivirlas para fortalecer los recuerdos positivos y así, decir un adiós desde el amor y desde la alegría de lo compartido. En otras palabras, estoy recreando la expresión estar de duelo liberándola de las obligatorias caras tristes y el gris en el vestuario, las emociones y el vivir, pero para esto, se necesita que pase el tiempo indispensable para el reposo de las emociones.

Hoy un adorable y querido anciano de ochenta años, tras perder a su amada esposa, me dijo que estaba cansado y triste, pero la vida sigue y hay que seguir.

Qué hermosa lección de vida, amar y luchar. Ser solidarios hasta el extremo. Ante lo inevitable, aceptar y seguir adelante. El dolor se va apagando, los recuerdos hermosos fluyen y nos traerán la alegría y la belleza de las experiencias compartidas.