¿Recuerdas aquellos días?
Probablemente los recuerdas, aunque hayas decidido olvidarlos a menudo, cuando la luz de tus ojos no tenía esa mancha oscura, pero necesaria, claro...
Y es que en el camino hacía un nuevo amanecer, es imposible no darse un paseo por aquél sendero tenebroso y desconocido.
Me gustaría volver atrás, rebobinar, tomar un pañuelo, limpiar las cuerdas oxidadas de mi guitarra y el polvo de las ventanas de mi antiguo cuarto, ver como el sol atraviesa y proyecta aquellas sombras de la urbe matutina.
Puedo volver en mi mente a esa habitación, admirar el dibujo lumínico, aunque esté tan lejos; despertar allí, quitarme de encima las sábanas, sentarme y mirar la pared blanca, salir descalzo a la sala, admirar la luz cálida y recoger las tazas manchadas de café de la noche anterior.
La belleza misteriosa tan arraigada a esos momentos del pasado me es imposible de explicar con palabras, y encuentro tan particular este momento, porque logro descubrir las pequeñas cosas que me conforman y me hacen ser quien soy.
Solo aquél que siente sin límite, que ama de verdad, que lucha cuando debe luchar y sufre cuando lo amerita, sin medida, podría entender lo trascendental de esos momentos que parecen insignificantes, porque al final de nuestra vida, seguramente, todo se resumirá a esos segundos de mirar la sonrisa del ser amado, sentir el dolor de una perdida, reír a carcajadas con un buen amigo, la soledad del atardecer en la cima de una montaña, una taza de te o tan solo un simple nombre.
Seguro nos sorprenderíamos de entender cuan poco es lo que necesitamos para vivir de verdad, esos momentos que vuelven como destellos sepia en medio de un sueño del que no quisiéramos despertar, no son más que mensajes, intentando despertarnos, hacernos recordar, volver, y revivir esas pequeñeces en el ahora y darles la importancia que se merecen.