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Federico era un hombre de muy buen corazón, tenia dos amores, Casimira su mujer de toda la vida y Hortencia, una bella mujer que conoció en un sueño.
Compartía su amor calladamente con las dos.
De día seguía siendo el marido ejemplar y cariñoso en una casa blanca con un jardín de rosas rojas.
Nunca tuvo una queja Casimira para él, quien era muy atento y buen esposo.
Casimira era la envidia de todas las mujeres del pueblo.
En las noches Federico escapaba en los sueños con Hortensia por lugares inimaginables.
Caminaban por playas de arenas nacaradas y vivían en una casa enorme que hizo él sobre un árbol, donde criaban guacamayas que volaban libres.
Así era feliz Federico con sus dos amores de dos realidades distintas, a veces tomaba una siesta en la tarde y aprovechaba para estar un rato con Hortensia, tomaban el café dulce de los sueños.
Tuvo algunos problemas cuando pasaba más tiempo con una que con otra.
Dejó de ver a Hortensia por dos noches y a Casimira por dos días una vez que se fue de Parranda con unos amigos.
Las dos mujeres le reclamaron su comportamiento y lo amenazaron con dejarlo.
Cuando dormía mucho en el día, Casimira se disgustaba y le decía que fuera al medico, mientras ella tejía con dos agujas unos pañitos de Crochet.
Cuando tenia insomnio y no dormía Hortensia lo esperaba sentada en el balcón de la casa en el árbol, acompañada de las guacamayas, con pañuelito mojado en las lagrimas de la soledad, ninguna de las dos sospechó nunca que compartían el amor de Federico con otra.