Les comparto un relato sobre las habladurías y la malicia generada en la superioridad.

Su llegada al pueblo coincidió con un accidente en el trapiche y el incendio de una casa cercana al río. De estos hechos se afianzó la conciencia colectiva para darle origen y propósito siniestros. Aún así, después de las visitas de cortesía para darle la bienvenida, iban a las consultas médicas en las que osculcaba tanto a los jóvenes como a los más ancianos del pequeño poblado.

Era enigmático: de rostro agradable e intimidante mirada. De lunes a viernes, entre 7:30 y 11:30 a.m., ejercía en una apretada y calurosa oficina de la alcaldía. Entre diagnósticos de diabetes, hipertensión, desnutrición y demás males corporales, se enteró de los chismes que se decían de él. Le vinieron en gracia y, no queriendo desentonar con sus nuevos vecinos, hizo lo posible para alimentar los rumores. Al misterio que naturalmente transmitía agregó ropa negra e ideó un juego de humanización con el bastón que llevaba a todos lados: un trozo de madera casi derecho con un nudo en el extremo inferior. En el lado contrario, desde donde se empuñaba, descansaba la figura de un hombre bastante semejante al médico.

Empezó a hablarle al hombrecillo de madera, a consultarle en murmullos a espaldas de sus pacientes. Hasta llegó a no soltar el bastón en ningún momento. Todos hablaban del diablo de la madera y él, sabiendo los alcances que tenía la superstición, disfrutaba del temor y los cuidados de todos en el pueblo.

Teniendo varias semanas atendiendo los males físicos de los ciudadanos y burlándose de ellos secretamente, decidió terminar la broma antes de que el temor impidiera a sus pacientes asistir a las consultas. Esa tarde, ordenando su escritorio en la oficina-consultorio, le dijo al hombre del bastón que se había acabado el juego. Entre carcajadas el hombrecillo le aclaró que aún no habían empezado.