EL BURRO FISCAL

Enfermo de aburrimiento
un burro en la carretera
entre bostezo y lamento
pensaba de esta manera:

Malhaya si yo tuviera
algún entretenimiento
para ahogar esta flojera
tan miserable que siento.

Y buscando la manera
de acabar con su tormento
se le ocurrió una loquera
y aquí es donde empieza el cuento:

Resulta que este jumento
se le salió lo animal
en un noventa por ciento
y decidió ser fiscal.

De tamarindo vestido
con chaqueta y charretera,
ufano y muy engreído
se paró en la carretera.

Y en seguida empezó el mal
como si una peste fuera
porque no hubo animal
que el burro no detuviera.

Fueran mansos, fueran fieras,
fueran grandes o chiquitos
a todos de esta manera
endilgaba algún delito:

―Usted se tragó la flecha.
Estacione a la derecha.

—Vencida está su licencia.
Le sale una penitencia.

—Si no hay pata de repuesto
a usted le sale un arresto.

—Los ojos se ven muy buenos,
pero están largos los frenos.

—No puede andar, se lo aviso,
con ese casco tan liso.

Y en eso estaba el bellaco
cuando asomó la cabeza
un caballo alto y flaco
corriendo con gran presteza.

¡Detenga el trote, animal,
que vienes como una bala!
¿No ves que aquí hay un fiscal
custodiando una alcabala?

Si yo venía como un rayo
perdóneme usted, oficial,
se disculpaba el caballo
y entonces gritó el fiscal:

Deje ver sin dilación
su cédula y su licencia,
carné de circulación
y su seguro en vigencia.

Constancia del club de hipismo
que indique su condición,
también su fe de bautismo
y el acta de defunción.

Y respondió el infractor
al ver al burro tan bravo:
Todo eso cargo, inspector,
lo tengo escrito en el rabo.

Y dando la media vuelta
aquel caballo infernal
puso la cola bien cerca
de la cara del fiscal.

Y el burrito ¡Santo Dios!
sintió el impacto rotundo
de una fortísima coz
que lo mandó al otro mundo.

Moraleja

Quiere esta historia exponer
dos lecciones a la vez:
que no hay que pretender
ser uno lo que no es,

ni andarse con la sandez
de un escrito querer ver,
pues es doble estupidez
de quien no sabe leer.

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Texto e imagen de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas