





A 45 minutos de mi casa está Macanao, justo es el final de mi isla, que aunque no es mi ciudad, es parte de mi mundo.
Fuimos en familia a acampar, dormimos en hamacas y yo, en un chinchorro tejido por mi abuelita de 92 años, probablemente el último que haga. Esa noche sentí que me abrazaba.
Disfrutamos del atardecer sobre el mar, jugamos truco y dominó hasta reírnos con el recuerdo de quienes nos enseñaron.
Al amanecer entre la arena blanca, el agua cristalina, la compañía y unas arepas de cazón confirmé que mi isla es más que un lugar… es mi raíz.