🛹 Unbroken Roll: 20 Years Later 🎶

I wasn’t looking for a skateboard. I wasn’t even thinking about skateboards. My girlfriend and I were walking around the mall at night after work, checking out store windows, chatting about clothes we liked, and eventually sharing dinner together. Just the kind of quiet evening that doesn’t ask for surprises. But then, there it was — a board gleaming behind the glass in a shop I hadn’t planned to enter. In a country where imported items are rare, spotting an actual skateboard felt surreal.

I hadn’t done any sports in a long time, and that had been weighing on me. My body was asking for movement. When I saw that board, I didn’t hesitate. I picked it up and promised myself I’d start again.

Twenty years had passed since I last practiced. And while the spirit was still there, the technique wasn’t. I tried a flip trick first in place, just static — and slowly, incredibly, my feet began to remember. That’s the magic of muscle memory: even when your mind forgets, your body holds onto the rhythm.

I know some people think skating is just rolling on wood, no effort, no sweat. But every motion, every leap and landing demands real energy. It’s free, physical, and grounding in ways you can’t explain until you’re in it.

Forgive the blurry photos — I was too caught up in the moment to capture it well. But even blurred, you can feel the joy. And now, I just want to keep moving.

(Translated by Copilot)

🛹 Rodar Sin Romperse: 20 Años Después 🎶

No estaba buscando una patineta. Ni siquiera pensaba en patinetas. Era de noche, había salido del trabajo, y con mi novia recorríamos el centro comercial, viendo vitrinas, comentando la ropa que nos gustaba, y terminamos cenando juntos. Era una noche tranquila, sin promesas de sorpresa. Pero entonces apareció: una tabla brillante detrás del vidrio de una tienda que ni siquiera pensaba visitar. En un país donde los productos importados son un milagro, verla ahí fue casi un acto poético.

Tenía mucho tiempo sin hacer algún deporte, y eso me preocupaba. Sentía que mi cuerpo pedía algo distinto, algo al aire libre. Al ver esa patineta, no lo pensé mucho. Me la llevé conmigo y decidí volver a rodar.

Han pasado veinte años desde la última vez que practiqué. Y aunque el ánimo seguía firme, la técnica no. Lo primero que intenté fue un flip, estático, sin velocidad, solo por recordar. Poco a poco, mis pies empezaron a responder. Es increíble lo que guarda la memoria muscular: cuando la mente olvida, el cuerpo aún susurra los movimientos.

Sé que muchos creen que el skate es solo rodar sobre una tabla, sin esfuerzo. Pero cada empuje, cada salto, cada caída requiere energía, coordinación y entrega. Es libre, es físico, y te ancla con algo profundo que no se dice — se vive.

Disculpen la calidad de las fotos. La emoción me ganó el pulso. Quise capturar el instante, aunque borroso, para no olvidar lo que volvió a despertar.

(Traducido por Copilot)

---