



A veces, la belleza está justo frente a nosotros, en los lugares más inesperados. Hace unos días, simplemente salí a la terraza de mi casa, un lugar tan cotidiano, y me encontré con un cielo normal, de esos que no suelen llamar la atención. Sin embargo, en ese instante, sentí una alegría inmensa y me dieron ganas de capturar el momento.
Me encanta tomar fotos, y esta vez la cámara se convirtió en una extensión de mi felicidad. No había un atardecer espectacular ni nubes de fantasía, solo un cielo sencillo que me recordaba la belleza de lo simple. Esas fotos son un recordatorio de que no necesitamos un evento extraordinario para sentirnos bien, a veces solo se necesita una tarde tranquila en casa y el simple placer de capturar la luz y la paz que nos rodea.
Cada vez que veo estas imágenes, revivo esa sensación de felicidad y me recuerdo a mí misma que la belleza está en los pequeños detalles.