



¡Uf, qué día tan agridulce este! Por un lado, la emoción me desborda al saber que mañana, por fin, me reencontraré con mi amado. ¡Gracias a Dios por eso!
Pero claro, hoy no es mañana. Así que, mientras la espera se hace un poquito más larga, me he refugiado en el trabajo y los quehaceres. Es mi manera de mantener la mente ocupada y no contar cada minuto que pasa. Me sumerjo en mis tareas, revisando documentos, enviando correos, organizando cosas en casa. Cada pequeña labor completada es un tic-tac menos en este reloj de la espera.
Es un día para respirar hondo, concentrarme en lo que tengo que hacer y, al mismo tiempo, dejar que esa dulce expectativa me impulse. ¡Ya quiero que sea mañana!