Ayer me había quedado con esa espinita… La salida no fue como esperaba, y sentía que le debía a mi mamá un buen café y un cierre de tarde que valiera la pena. Así que, sin pensarlo mucho, salimos de la cafetería y decidí llevarla a un lugar especial: el Hotel E. Saratoga.
Ella nunca había entrado antes. De hecho, ni sabía que uno podía entrar y consumir algo allí. Desde que cruzamos la puerta, se le iluminó el rostro. Todo le parecía precioso, y no era para menos. Elegimos sentarnos en el patio central, ese corazón del hotel con su fuente y su ambiente mágico.
Justo en ese momento había un concierto en vivo. Música suave, aplausos, risas... todo se sentía bonito, como si el día también quisiera compensarnos.
Pedí dos capuchinos, y aquí sí que tengo que decirlo: ¡superaron todas mis expectativas! Cremoso, fuerte, con ese toque de canela que me encanta. Fue como darle un abrazo al alma en forma de café.
Mi mamá, disfrutando tanto del momento, se antojó de un postre (y yo encantada). Pedí una porción de pastel, y qué delicia, por favor. Cada capa tenía natilla de chocolate, el merengue estaba frío, dulce en su punto, y la porción era generosa. No exagero si digo que es de los mejores que he comido en mucho tiempo.
Nos quedamos ahí, compartiendo risas, escuchando música, viendo cómo la noche caía sin apuro… y de verdad, no queríamos irnos. Fue uno de esos momentos que no se planean, pero se quedan contigo para siempre.
Porque al final, lo mejor de las vacaciones no siempre son los grandes planes, sino los pequeños instantes donde todo encaja: una buena conversación, una taza de café y la mejor compañía del mundo: mi mamá.
English Version
Yesterday, I was left with a little nagging feeling… The outing hadn’t gone as I’d hoped, and I felt like I owed my mom a good cup of coffee and a proper evening to remember. So, without thinking twice, we left the café and I decided to take her somewhere special: Hotel E. Saratoga.
She had never been inside before. In fact, she didn’t even know it was possible to go in and order something there. The moment we stepped through the doors, her face lit up. She thought everything was beautiful—and she wasn’t wrong. We chose to sit in the central courtyard, the heart of the hotel, with its fountain and magical atmosphere.
Right at that moment, there was a live concert. Soft music, applause, laughter… it all felt lovely, as if the day itself wanted to make it up to us.
I ordered two cappuccinos, and let me tell you—they exceeded all my expectations! Creamy, strong, with that touch of cinnamon I love. It was like a warm hug for the soul in the form of coffee.
My mom, completely immersed in the moment, got a craving for dessert (and I was more than happy to indulge). I ordered a slice of cake for both of us—and wow, what a treat. Every layer was filled with chocolate custard, the meringue was cold, perfectly sweet, and the portion was generous. No exaggeration—it was one of the best desserts I’ve had in a long time.
We stayed there, sharing laughs, listening to the music, watching the evening slowly fall around us… and honestly, we didn’t want to leave. It was one of those moments you don’t plan, but end up staying with you forever.
Because in the end, the best part of a vacation isn’t always the big plans, but the little moments where everything just clicks: a good conversation, a warm cup of coffee, and the best company in the world—my mom.
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