Esta es una publicación basada en el tema de la semana propuesto por @talentos, conducido por @angelica7 y que en esta ocasión es "Mi yo, 15 años en el futuro" .
"Dos cosas te definen: la paciencia cuando no tienes nada y el coraje cuando lo tienes todo."
<< Inspirado en Gandhi >>
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Bienvenidos, asiduos y nuevos lectores, a este blog. En esta ocasión voy a estar conversándoles acerca de un relato que escribí motivado al tema que nos ocupa esta semana, que es encontrarse con el yo de hace 15 años.
Y sin más preámbulos, escribí esta interesante historia inspirada en sucesos reales que a continuación comparto con ustedes.
El Eco de las Cosechas Perdidas
La brisa en Andalucía olía a bastante tierra húmeda y resina. En las terrazas verdes y florecientes de la comuna, donde el cannabis crecía como un ejército de pequeños soldados, me temblaban las manos cuando cortaba los cogollos que estaban más maduros. Era el mes de junio, y el sol teñía el cielo de un color rojo que me recordaba a las esquinas del teatro universitario donde Carolina Pantoli me había declarado su amor. Aquellos tiempos donde casi lo hizo, hasta que mi mudo —no lo se— convirtió aquel momento en un fantasma.
La comuna era mi hogar seguro, mi refugio, un sitio donde el tiempo se medía en cosechas y no en relojes, y donde todos los amigos compartíamos pan casero y confesiones bajo las estrellas, acompañadas de unas buenas cervezas. Allí, entre todos los exiliados de la vida convencional, creí haber enterrado todos mis arrepentimientos.
Hasta que lo vi.
El hombre del pendiente oxidado.
Apareció cuando se estaba poniendo el sol. Mientras estaba llenando unas cestas con varias hojas secas entre todas las plantas, vi una silueta de alguien que se alzó. Era de mi misma estatura, tenía la misma cicatriz que yo tengo en la mano izquierda —esa que me había dejado aquella caída en la motocicleta en mis años juveniles—, pero su rostro estaba tallado por muchas arrugas que parecían caminos de desilusión. Y en su cuello tenía un pendiente plateado que también estaba oxidado, con el símbolo de BTC de Bitcoin.
—¿Sabes cuántas veces he tirado maldiciones por este sitio? —dijo mientras arrancaba una hoja y la rompía entre sus dedos—. Huele a poder haber sido igual que tú —me dijo con desprecio. Su voz era la mía, pero estaba envejecida por el resentimiento.
Yo simplemente retrocedí, tropecé con las raíces de una planta, e inmediatamente le pregunté:
—¿Y quién coño eres?
—El precio de tus cobardías —respondió, tirándome la hoja al viento—. ¿Te acuerdas de Carolina? Esa noche en el salón, entre todos los compañeros que estaban ahí alrededor y a los que nunca les prestaste atención. Ella te ofreció su mundo, y tú le dijiste: "No lo sé".
El nombre de Carolina me quemó como si me hubiesen lanzado un lanzallamas. Inmediatamente la recordé: con el cabello negro azabache, los ojos que desafiaban su linaje de millonarios, sus senos desafiantes y erguidos hacia mí, y su bella risa que hacía temblar todo mi ser. Hace muchos años atrás, tras una conferencia sobre psicología, me había tomado de la mano entre todos los estantes que habían allí en ese lugar.
—No quiero heredar la herencia de mi padre. Quiero construir algo contigo —susurró.
—Mi doble susurró —imitando su voz—, y me dijo a mí: "Y tú, pendejo, le soltaste la mano porque temías no estar a la altura".
Y yo, respondiéndole a mi doble del futuro, le dije:
—Era demasiado para mí —sintiendo el peso de la mentira—. Su familia, su dinero, era completamente un mundo distinto al mío.
Él se rió, se rió y me dijo, escupiendo al suelo:
—El dinero nunca fue tu enemigo. El miedo. ¿Sabes qué es lo que te hace fracasar? ¿Sabes qué es peor que fracasar? Que no lo intentes. El no haberlo intentado.
Y me señaló el pendiente con el símbolo de Bitcoin.
—Como cuando tu amigo Julio César te dijo: "Invierte en esto, que es el futuro", y tú no quisiste, te reíste. Hoy esa carcajada es el sonido de tu mediocridad.
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La carta y la cicatriz.
Mi futuro yo sacó un sobre de su bolsillo. Adentro había una foto donde estábamos Carolina y yo, sentados en las escaleras del liceo, compartiendo un helado. Atrás de la carta había una nota con letra muy elegante que decía lo siguiente:
—Siempre me pregunté cómo hubiese sido nuestra vida juntos. Espero que hayas encontrado tu valentía. Firma: Carolina.
Y me dijo:
—Ella dirige ahora una empresa de energías limpias en Noruega —mientras yo mismo tragaba saliva—. Tiene dos hijas, un marido que no eres tú, y cada noche cuando veo su nombre en las noticias, bebo vino barato para ahogar tu maldita indecisión.
Mis dedos acariciaban la foto. Carolina llevaba el mismo vestido azul de aquel día, el mismo que yo había escondido en un cajón de recuerdos.
—Y esto —señalando el pendiente de Bitcoin, intentando desviar el dolor hacia otro lado—, ese es mi recordatorio de que te fuiste un cobarde dos veces.
Se quitó el collar del cuello y lo enterró en la tierra.
—En 2017, un Bitcoin valía menos que esta planta. Hoy... bueno, hoy estaría millonario, libre de deuda. Pero preferiste ser un cobarde y ocultarte aquí, jugando a ser feliz.
Antes de que me diera tiempo de decirle algo, levantó su mano con la cicatriz.
—Tú crees que esto es de la moto, ¿verdad? Error. Esto fue el día que intenté viajar al pasado para arreglar todos los errores que tú cometiste. El tiempo no perdona, sólo avanza.
El barranco de los arrepentimientos.
Me llevó a la fuerza hasta un barranco en los límites de la comuna, donde el viento se escuchaba como silbaba las canciones nostálgicas de tristes flores secas. Abajo, el mar golpeaba furiosamente contra las piedras.
—Mira esto —me dijo, señalando todas las plantas en las terrazas—. Las plantas de cannabis. Aprendí a cultivar plantas, pero nunca a cultivar valor. Tú todavía puedes cambiar eso.
Sus palabras se confundieron con el ruido de las olas. Por un momento, aprecié toda mi vida como si fuera un campo que estuviera partido en dos: una parte hacia Carolina y el Bitcoin, y otra hacia la comuna y las ilusiones que eran seguras.
Y le pregunté:
—¿Y por qué me muestras esto?
Y él me respondió:
—Precisamente porque no quiero que repitas mi historia.
Y lo vi llorando con lágrimas en sus ojos.
—Si, el cannabis te da paz, pero también hace que te duermas. Y yo ya estoy cansado de dormir.
Y antes de que pudiera tocarlo, su cuerpo se empezó a desintegrar como si fuese humo entre las plantas. Y en el suelo quedaron dos objetos: el pendiente de Bitcoin y la carta de Carolina.
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La siembra del presente.
Esa noche me quedé sentado frente a una fogata con los comuneros: Marina la cenamista, Jorge José el poeta y mi amiga Alena, que había huido de Alemania para olvidar su trágico divorcio. Los objetos pesaban en mi bolsillo. El fuego crepitaba, haciendo dibujos de sombras en los rostros.
Y Marina me preguntó:
—¿Estás bien? —dándome una tacita de té—. Parece como si hubieras visto un fantasma, una aparición.
Yo, sonriéndole, le dije:
—Sí, algo así.
Sacando el pendiente y la foto, mientras todos los demás estaban durmiendo, encendí mi laptop portátil que funcionaba con batería solar y escribí un par de mensajes:
Para Carolina Pantoli, CEO de Soluciones Green North en Noruega:
—Hace 17 años, en una aula llena de polvo y sueños, me ofreciste un futuro. Hoy, desde un lugar donde intento cultivar coraje junto al cannabis, necesito decirte que sí, aunque ya sea demasiado tarde.
Y otra nota que dice:
—Para Marcos, (contacto: minerologoBTC@gmail.com: Vende mi moto, invierte todo en Bitcoin.
Al cerrar la laptop, el viento llevó una risa lejana, menos amarga que antes.
La última cosecha.
A la mañana siguiente, mientras estaba regando todas mis plantas, encontré un pequeño brote nuevo junto al pendiente que había enterrado. Lo llamé "Cannabis Satira Sativa, variación Coraje". Y Jorge Jose me dijo:
—Hey, un mutante.
Yo sabía la verdad: que era una semilla plantada por el futuro.
Cuando el correo de Carolina llegó dos semanas más tarde, temblé cuando lo abrí. Me dijo:
—Tu mensaje me encontró en un aeropuerto, entre reuniones y maletas. Aunque nuestro camino se dividió, me alegra saber que finalmente tuviste el valor y lo cosechaste. El mundo necesita más de eso. Firma: Carolina.
Pero no hubo promesas ni reencuentros épicos, solo una verdad: había dejado de huir.
Meses después, cuando el Bitcoin alcanzó un valor histórico, compré más tierras para la comuna. No para huir, sino para construir un mejor futuro. Y en mis noches de insomnio, cuando el aroma del cannabis se mezcla con el recuerdo de Carolina, susurro al viento:
—Lo intenté, fantasma. Eso tiene que valer algo. Tiene que tener algún mérito.
Epílogo: La cicatriz que florece.
A veces, cuando miro mi mano izquierda, casi creo ver la cicatriz del futuro. Pero ya no está en su lugar. Hay una línea limpia, esperando nuevas heridas o quizás nuevas historias.
Fin.
When my future shouted at me: 'Don't be a coward!' - click here -
“Do not count the days, make the days count”
<< Muhammad Ali >>
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Welcome, regular and new readers, to this blog. On this occasion I will be talking about a story that I wrote motivated to the topic that concerns us this week, which is to meet the self for 15 years ago.
And without further ado, I wrote this interesting story inspired by real events that I share with you.
The echo of lost crops
The breeze in Andalusia smelled of enough wet and resin earth. In the green and flourishing terraces of the commune, where cannabis grew like an army of small soldiers, my hands were shaking when I cut the buds that were more mature. It was the month of June, and the sun had the sky of a red color that reminded me of the corners of the university theater where Carolina Pantoli had declared his love. Those times where he almost did it, until my mute - he did not know that moment into a ghost.
The commune was my safe home, my refuge, a place where time was measured in crops and not in watches, and where all friends shared homemade bread and confessions under the stars, accompanied by good beers. There, among all the exiles of conventional life, I thought I had buried all my regrets.
Until I saw it.
The man of the oxidized slope.
It appeared when the sun was putting on. While filling baskets with several dry leaves among all plants, I saw a silhouette of someone who won. It was my own stature, I had the same scar that I have in my left hand - that that had left me that fall on the motorcycle in my youth years - but his face was carved by many wrinkles that looked like disappointment paths. And on his neck he had a silver slope that was also oxidized, with the BTCin BTCin symbol.
"Do you know how many times have I thrown curses for this site?" He said as he started a leaf and broke it between his fingers. It smells to have been the same as you, ”he told me with contempt. His voice was mine, but he was aged by resentment.
I simply backed up, I stumbled upon the roots of a plant, and immediately asked him:
"And who pussies are you?"
"The price of your cowards," he replied, throwing the leaf in the wind. Do you remember Carolina? That night in the living room, among all the companions who were around and those who never paid attention. She offered you her world, and you said: "I don't know."
Carolina's name burned me as if they had launched a flamethrower. I immediately remembered it: with the jet black hair, the eyes that challenged their lineage of millionaires, their challenging and erect breasts towards me, and its beautiful laugh that made my whole being tremble. Many years ago, after a conference on psychology, I had taken my hand among all the shelves that had been there in that place.
"I don't want to inherit my father's inheritance." I want to build something with you, ”he whispered.
"My double whispered.
And I, answering my double of the future, I said:
"It was too much for me." Singing the weight of lies. Your family, his money, was completely a world other than mine.
He laughed, laughed and told me, spitting to the ground:
"The money was never your enemy." Fear. Do you know what makes you fail? Do you know what is worse than failing? Don't try. Not having tried.
And the slope pointed to me with the Bitcoin symbol.
"As when your friend Julio César said to you:" Invest in this, which is the future, "and you wanted to, you revived." Today that laugh is the sound of your mediocrity.
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The letter and the scar.
My future took an envelope out of his pocket. Inside there was a photo where we were Carolina and I, sitting on the stairs of the Lyceum, sharing an ice cream. Behind the letter there was a very elegant letter that said the following:
"I always wondered how our life would have been together." I hope you found your courage. Signature: Carolina.
And he said:
"She now directs a clean energy company in Norway," while I was swallowed. He has two daughters, a husband who is not you, and every night when I see his name in the news, I drink cheap wine to drown your damn indecision.
My fingers caressed the photo. Carolina wore the same blue dress of that day, the same one that I had hidden in a drawer of memories.
"And this." Balling Bitcoin's slope, trying to divert the pain to the other side, "that is my reminder that you left a coward twice.
He took off his neck and buried it on earth.
—In 2017, a bitcoin was worth less than this plant. Today ... well, today would be a millionaire, debt -free. But you prefer to be a coward and hide here, playing to be happy.
Before he gave me time to tell him something, he raised his hand with the scar.
"You think this is from the motorcycle, right?" Mistake. This was the day I tried to travel to the past to fix all the mistakes you made. Time does not forgive, just advance.
The ravine of regrets.
He took me to a ravine on the limits of the commune, where the wind was heard as the nostalgic songs of sad dry flowers whistled. Below, the sea hit furiously against the stones.
"Look this," he said, pointing out all plants on the terraces. Cannabis plants. I learned to grow plants, but never to grow value. You can still change that.
His words were confused with the noise of the waves. For a moment, I appreciated my whole life as if it were a field that was split in two: one part towards Carolina and the Bitcoin, and another towards the commune and the illusions that were safe.
And I asked him:
"And why do this show me?"
And he replied:
"Precisely because I don't want you to repeat my story."
And I saw him crying with tears in his eyes.
"If cannabis gives you peace, but it also makes you sleep." And I'm already tired of sleeping.
And before he could touch him, his body began to disintegrate as if it were smoke between the plants. And on the ground there were two objects: the slope of Bitcoin and Carolina's letter.
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The sowing of the present.
That night I sat in front of a fire with the community members: Marina the Cenamista, Jorge José the poet and my friend Alena, who had fled from Germany to forget her tragic divorce. The objects weighed in my pocket. The fire crepited, making shadow drawings on the faces.
And Marina asked me:
-Are you OK? "Give me a tacita of tea." It seems as if you had seen a ghost, an appearance.
I, smiling at him, said:
"Yes, something like that."
Taking out the slope and photo, while everyone else was sleeping, I turned on my portable laptop that worked with solar battery and wrote a couple of messages:
For Carolina Pantoli, CEO of Green North solutions in Ohio:
"17 years old, in a library full of dust and dreams, you offered me a future." Today, from a place where I try to grow courage next to cannabis, I need to tell you that, although it is too late.
And another note that says:
"For Marcos, (Contact: Mineologobtc@gmail.com: Sells my motorcycle, invest in Bitcoin."
When the laptop closed, the wind wore a distant laugh, less bitter than before.
The last harvest.
The next morning, while I was watering all my plants, I found a small new outbreak next to the slope that I had buried. I called it "Cannabis Satira sativa, Coraje variation." And Jorge told me:
"Hey, a mutant."
I knew the truth: it was a seed planted by the future.
When Carolina's mail arrived two weeks later, I trembled when I opened it. Told me:
"Your message found me at an airport, between meetings and suitcases." Although our path was divided, I am glad to know that you finally had the value and you harvested it. The world needs more of that. Signature: Carolina.
But there were no promises or epic reunions, just one truth: he had stopped fleeing.
Months later, when Bitcoin reached a historical value, I bought more land for the commune. Not to flee, but to build a better future. And in my insomnia nights, when the cannabis aroma is mixed with the memory of Carolina, whispering in the wind:
"I tried, ghost." That has to be worth something. You have to have some merit.
Epilogue: The scar that blooms.
Sometimes, when I look at my left hand, I almost think you see the scar of the future. But it is no longer in place. There is a clean line, waiting for new wounds or perhaps new stories.
The End.
This is my black cat "manclar", this account is to honor his dead (it happened years ago).
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(Discord)
Credits:
Miniatura creada en Fooocus 2.5.5 AI y editada en Canva.com
Texto traducido al ingles usando Deepseek AI
Separadores de texto hechos en aseprite