El hotel era precioso, la decoración de aquel lugar era toda marrón y dorado, las personas entraban y salían de aquel lugar sin parar. Fuimos directamente al ascensor que nos llevaría al piso donde el se encontraba. La habitación, era sencillamente otra cosa, totalmente exquisita.
—Esta un poco desordenado, pero no planeaba traer nadie. —Me dijo apenado.
—No te preocupes.
Alexandr pidió algo para comer, aunque no era comida pesada, eran algunas frutas, unas galletas... Algo sencillo para pasar el rato, junto con dos botellas de vino. El balcón de la habitación te daba la mejor vista de Roma, podías escuchar las risas de las personas que pasaban por la calle, el tintinear de las copas de las personas que se encontraban en el bar al aire que estaba frente al hotel. No había tenido una experiencia así.
—Esta un poco desordenado, pero no planeaba traer nadie. —Me dijo apenado.
—No te preocupes.
Alexandr pidió algo para comer, aunque no era comida pesada, eran algunas frutas, unas galletas... Algo sencillo para pasar el rato, junto con dos botellas de vino. El balcón de la habitación te daba la mejor vista de Roma, podías escuchar las risas de las personas que pasaban por la calle, el tintinear de las copas de las personas que se encontraban en el bar al aire que estaba frente al hotel. No había tenido una experiencia así.

Nos sentamos en el balcón, después de quizás horas de charlas extensas y risas provocadas por el vino nos fuimos acercando un poco más, Alexandr era realmente amable y simpático, tenía un excelente humor; le pedí que cantará algo en ruso, y aunque no entendía lo que decía era una experiencia total verlo cantar.
Mientras el cielo rayaba el amanecer, sin darnos cuenta nos encontrábamos en la gran cama, despojados de toda la ropa, solo cubiertos por una fina capa de aquella sabana, su toque era suave, tocándome como si fuese una pequeña muñeca de cristal; mi agarre a su cuello y a su cabello era fuerte, no quería que aquello parara. Y se repitió aquella mañana...
Aunque todo acabaría pronto, al terminarme de vestir sabía que había acabado aquel cuento, y él que su chaqueta y su gran sonrisa volvería esa misma tarde a Rusia, no antes sin volver a por un café y terminar con un beso. Todo aquello fue perfecto, fue todo solo un momento, pero eso es lo mejor, los pequeños momentos que tenemos. Desde ese entonces, Roma no es igual.
Mientras el cielo rayaba el amanecer, sin darnos cuenta nos encontrábamos en la gran cama, despojados de toda la ropa, solo cubiertos por una fina capa de aquella sabana, su toque era suave, tocándome como si fuese una pequeña muñeca de cristal; mi agarre a su cuello y a su cabello era fuerte, no quería que aquello parara. Y se repitió aquella mañana...
Aunque todo acabaría pronto, al terminarme de vestir sabía que había acabado aquel cuento, y él que su chaqueta y su gran sonrisa volvería esa misma tarde a Rusia, no antes sin volver a por un café y terminar con un beso. Todo aquello fue perfecto, fue todo solo un momento, pero eso es lo mejor, los pequeños momentos que tenemos. Desde ese entonces, Roma no es igual.

