Tomo asiento y respiro. Respiro pausadamente por unos segundos, hasta que mi cuerpo se siente en calma y recupero el valor para hablar, para contar mi historia.
Buenos días a todos. Mi nombre seguro ya lo saben, sin embargo, se los recuerdo, me llamo Olivia. Estoy acá para contar mi verdad, mientras lo hago, mi abogado les mostrará las respectivas evidencias para que no quede duda alguna de lo que oirán a continuación.
Dos años. Pasé dos años a su lado, compartiendo el mismo techo, la misma cama. Dos años de insultos, de golpes, de abusos, de perdones y de promesas vacías. Meses en los que pensaba que todo cambiaría, en los que me resigné a vivir bajo el yugo de quien decía amarme, en los que quise huir con todas mis fuerzas pero no conseguía el valor para hacerlo, ni el apoyo.
Por él y por miedo había dejado atrás todo lo que conocía. Mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo. Solo quedaba la sombra de lo que una vez fui. Solo salía a trabajar, esa poca independencia era el último resquicio de mí que él me dejaba mantener.
Me armé de valor, y lo dejé. No ha sido fácil. Es una de las decisiones más difíciles, dolorosas y satisfactorias que he tomado. Así de contradictorio resulta todo. Estaba tan condicionada a su maltrato, a su manipulación, al miedo. La terapia ha ayudado. Ya no temo del todo ser tocada, no me sobresalto cuando alguien alza un poco la voz.
Pero en ocasiones, puedo sentir sus manos sobre mí. Golpeando o rozando con lascivia mi cuerpo. Me asqueo, temo, quiero huir de mi propia piel. No ha sido, ni es fácil. A veces siento que estoy rota, jodida, que nunca podré recuperarme; que nunca me libraré de él, de lo que me hizo.
Ahora estoy aquí, hablando del infierno que viví mientras mis manos tiemblan y decenas de ojos me observan. Espero… espero que esto sea suficiente, que me crean, que después de esto pueda ser realmente libre. Quiero, necesito, anhelo ser y sentirme libre. Espero puedan concederme eso.
Inhalo y exhalo fuertemente antes de recorrer la sala con mi mirada. Los latidos desenfrenados de mi corazón y los hipidos entrecortados de algunos espectadores rompen el silencio que amenaza con consumir mis nervios.
Es unos pocos minutos después que el juez carraspea y todos lo miramos, yo incluida. Da paso a un corto receso mientras toman su decisión y rezo para que sea a mi favor. Porque no solo anhelo que se haga justicia, también anhelo y necesito tener la certeza que él no podrá herirme de nuevo, que podré vivir sin miedo, seguir adelante.
El momento ha llegado.
El juez toma la palabra.
Entre argumentos y términos legales, lo escucho.
Lo escucho y…
Mi cuerpo entero entra en tensión unos segundos antes de relajarse, puedo sentir todo a mi alrededor ir en cámara lenta, al mismo tiempo, las lágrimas recorren mis mejillas y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Mi corazón se pone frenético, una de mis manos se posa sobre él mientras las lágrimas continúan cayendo.
Libre, libre, estoy libre de él…
El alivio, una alegría que parece infinita.
Las cadenas caen al fin, hay un grito de mi alma al liberarse de su captor.
Me siento libre, verdaderamente libre.
Tengo una segunda oportunidad para vivir, sin miedo esta vez.
Después de semejante infierno, realmente hay un después para mí.
Y luego de meses de extrañar esta plataforma en silencio... vuelvo con este escrito. Sé lo que es tener un revoltijo de sentimientos al terminar de leer, así que si les sucedió, los entiendo.
Gracias por llegar hasta aquí, gracias por leer.