Había dormido solo un par de horas y eso debido al agotamiento, pues la cabeza no paraba de dar vueltas. Entre la adrenalina del concierto, las miradas que había compartido ayer con él y su encuentro posterior en el lugar hacia el que se encontraba caminando. Sí, mucho para pensar y digerir.
Además, la noche anterior había demostrado cómo la afectaban los nervios y el miedo; la paralizaban o la incitaban a hablar como si no hubiese un mañana. Lindo, lindo.
Perdí de vista al guardaespaldas cuando las puertas del ascensor se cerraron. Antes de irse, me dejó dicho el número de habitación y me acompañó hasta el pasillo en el que otro guardaespaldas ocupaba una de las puertas. Inquieta, estaba caminando de un lado a otro. Estaba aterrada y extasiada por el encuentro que estaba a instantes de suceder. No sabía si íbamos a estar solos pero fuese como fuese, era algo tan inesperado e insuperable que no podía evitar sentirme invadida por el pánico.
Respira, respira.
Tú puedes hacerlo.
Sé tú misma.
Disfruta la experiencia.
No enloquezcas.
No lo veas como si fuese lo más hermoso que existe en la tierra, aunque lo sea.
Repito, no enloquezcas.
Tú puedes, claro que puedes.
Sigo hablando conmigo misma mientras tomo otro par de respiraciones, me acerco a la puerta y por ende, al guardaespaldas. Adopto la posición más confiada y cómoda que puedo encontrar y le indico mi nombre para que le notifique a él que estoy acá. Sonríe, conocedor de quién sabe qué y da un toque con los nudillos a la puerta de la habitación antes de hacerle saber que ha llegado la visita que esperaba.
Se escucha una voz del otro lado de la puerta, su voz, y yo muerdo mis labios, esperando; los nervios carcomiendo mi ser.
Unos segundos después, la puerta se abre y aparece él en mi campo de visión. Anonadada, veo como habla con el hombre de seguridad y aprovecho de detallarlo un poco, o mucho, en realidad.
Viste una camiseta negra holgada que se ajusta a la parte ancha y superior de su cuerpo, mientras que cae suelta en el área del abdomen; de un negro más gastado, unos pantalones realmente ajustados abrazan sus piernas; y en sus pies, luce unos botines también negros. Tanto negro solo hace que su piel blanquecina resalte.
Regreso a mirar su rostro, con una barba de días, unos labios carnosos, una nariz pequeña y respingona. Luego están sus ojos y las ondulaciones de su cabello, ambos con tonalidades cercanas a un marrón claro, atrayentes como la luz a las polillas.
¿Olvidé lo de no mirarlo como si fuese lo más hermoso? Por supuesto que sí.
Acabo mi inspección, o mejor dicho, me obligo a no continuar, y formo una sonrisa al tiempo que veo como dirige su mirada a mí.
—Viniste. -dice, dándome una sonrisa cerrada en la que puedo ver sus hoyuelos y con unos ojos brillantes que me transmiten una alegría similar a la que estoy sintiendo yo. Simplemente hermoso.
—Bueno, si tu guardaespaldas puede verme, supongo que no soy una alucinación, ¿o lo soy? -río, retorciendo los dedos de mis manos entre sí y dirigiéndome al guardaespaldas al terminar de hablar.
Ambos deben notar lo nerviosa que estoy porque ríen con mi pequeña broma y me siguen la corriente.
—Puedo verla, definitivamente no es una alucinación. Él no está tan loco, aún. -hace un gesto con su mirada para mostrarme de quién habla. Y el mencionado niega con su cabeza mientras ríe de nuevo.
—Gracias por casi exhibirme, eh. Pero bueno, ahora que ha quedado claro que ella es real y está aquí, dejemos que la señorita entre a la habitación. Nos vemos más tarde, amigo. -sus últimas palabras van dirigidas al hombre que nos acompaña, despidiéndose. Abre más la puerta y me indica que pase para luego cerrarla a mi espalda.
Doy un par de pasos mientras lo siento caminar hacía mí y pasar por mi lado para posicionarse al frente.
—Hola de nuevo, antes que llegarás me tomé el atrevimiento de pedir el desayuno para los dos. No sabía qué podría gustarte así que hay de todo un poco. -pasa la mano por su cabello, despeinándolo en el proceso.
Me guía hasta unos sofás donde nos sentamos a disfrutar la comida. Si bien ya desayuné, optó por merendar mientras conversamos. Sentados de costado, uno frente al otro, nos damos la oportunidad de conocernos. Dejo en el olvido mis nervios, contra todo pronóstico, él lo está hace fácil para mí; compartimos anécdotas, intereses, gustos, peculiaridades, risas y todo lo que podemos.
Conectamos. Sabe escuchar, disfruta contar chistes no graciosos, es un honesto asertivo y bueno con las palabras, no por nada es compositor; no se incómoda ante mis pocos momentos fangirl, le causan gracia, me incita a mostrarle más de ello; resulta pícaro sin dejar de ser dulce, inteligente pero no arrogante. Me permite conocerlo más allá de lo que puedo ver a través de una pantalla.
Nuestros estómagos se llenan, el tiempo pasa y las palabras no dejan de fluir. Tampoco hemos parado de mirarnos. Los zapatos han desaparecido, en algún punto, subimos nuestros pies al gran y cómodo sofá. No quisiera que esto acabara nunca pero las agujas del reloj no se detienen, somos muy conscientes de ello cuando un toque se escucha en la puerta y el guardaespaldas de hace un rato aparece por ella. Nos mira con una mueca en sus labios, rompe nuestra burbuja con sus palabras, en una hora parten.
Él tiene que irse y ambos debemos continuar nuestras vidas, como si nada de esto hubiese sucedido, un espejismo, un bonito sueño. Una jugada hermosa de la realidad.
La despedida rompe mi corazón, lenta y silenciosamente.
Es muy probable que está sea la última vez que lo vea así que dejo de jugar con mis dedos, lo miro a los ojos y sin dejar que el temor me controle, comparto con él lo que he estado sintiendo.
—No sabes cuánto te agradezco el tiempo que hemos pasado juntos. Significa mucho para mí. Sé que está mal eso de idealizar a las personas pero por otra parte me hace muy feliz saber que eras aún más de lo que alguna vez imaginé. Eres más de lo que esperé. -suspiro y continúo. -El concierto, que me recordaras, que me permitieras conocerte... En serio, gracias.
—Ahora podré verte de lejos sabiendo que, sin duda, eres un ser humano maravilloso y auténtico; y que vale la pena que mi corazón enloquezca por ti. -finalizo mi pequeño discurso. Eso último me lo pude haber quedado para mí, pero supongo que cierto inconsciente no lo quiso así.
Doy un paso hacia él y me acerco lo suficiente para luego alzarme y dejar un beso en su mejilla. Él me mira incrédulo desde que dije lo que tenía para decir. Cuando voy a dar un paso atrás, su mano se posa en mi cadera, me sujeta; impidiendo así que me aleje.
—Me alegra saber que no me equivoque... -siento los dedos de su otra mano acariciar lentamente desde mi barbilla hasta mi mejilla, para luego acunar esa parte de mi rostro en la palma de su mano. -me gusta saber que ese corazón tuyo enloquece por mí y verte sonrojada cuando estoy cerca, así que te diré algo...
Dejo de sentir el contacto de su palma. Para sentir como sus dedos rozan nuevamente mi rostro, dirigiéndose a mi barbilla; y la alza suavemente. Acerca su rostro hasta que puedo sentir su respiración. Mi piel se eriza, siento que las piernas me fallan, mi mano busca su brazo para sostenerse.
—Esto no puede, y no va a acabar aquí.
Desconozco si el tiempo se detuvo o si los segundos continúan pasando, porque no podemos dejar de vernos, estamos compartiendo un momento tan íntimo y ahora, después de sus palabras, sé que no es solo especial para mí.
—¿Esto? -me hago la desentendida porque deseo escuchar de su boca lo que ya sé. Me da una sonrisa ladeada, sabe lo que hago.
—Esto... -nos señala. -... que hay entre nosotros, sea lo que sea. Siento que nos merecemos intentarlo. Conocernos, ver qué pasa, hasta donde nos lleve el camino. ¿Qué me dices?
La mano en mi cadera da una ligera caricia. Y él sigue mirándome fijamente, con sus ojos mieles, brillantes y atrayentes; capaces de derretir a la mismísima Antártida, o al menos a mí. Tal como estaba sucediendo en ese momento. Entre su mirada y sus palabras, estaba derretida, sin habla. Estaba cayendo por él.
Y no quería dejar de hacerlo.
—Digo que me parece. Además... Será divertido averiguar qué causo yo con tu corazón -reímos contentos ante mis palabras.
Su mano deja mi cintura y su brazo se desliza alrededor de mí, me acerca más a él. Abandona mi rostro, toma mi mano libre, dejándola sobre su corazón.
—Haces estragos aquí. Ya lo descubrirás.
Sus latidos son constantes, resuenan en mi palma y me concentro tanto en ellos que me exhalto levemente cuando siento el contacto de sus labios en la comisura de mi boca. Me está besando. Joder, me está besando. Dura solo un par de segundos pero los suficientes para sentir como ambos corazones buscan salirse de nuestros pechos. Eso fue... no tengo palabras.
Regreso mi mirada a la suya, está sonriéndome. Le sonrío de vuelta. Un toque en la puerta nos recuerda que el tiempo, justo ahora, se nos acaba.
En un impulso, repito lo que hizo conmigo y beso la comisura de su sonrisa. Apoyo ambas manos en su pecho mientras nos despedimos. Con pesar no disimulado, él disminuye su agarre entorno a mi cadera y es cuando decido darle un abrazo.
Es el primer abrazo que le doy y espero no sea el último. Me reconforta estar entre sus brazos. No dura tanto como quisiera, no hay tiempo, así que nos alejamos y me acompaña a la puerta. Antes de abrirla para mí, me hace agendar su número en mi teléfono.
Entre sonrisas y miradas, nos despedimos por última vez.
No sé cuántas veces lo he hecho ya, ver la nota que dejo en mi teléfono cuando nos despedimos, sonrío cada vez que la leo.
Nota
Me encantó estar contigo. Quiero seguirte causando sonrojos. Estaré esperando tu mensaje.
Así que luego de pensarlo por varios minutos, lo hice.
Los recuerdos llegaron a mí.
Sentí, sentí mucho.
Y en base a eso, actué.
Total, ¿qué podía perder?
¿Me recuerdas?
Enviado.
No tuve que esperar mucho, en menos dos minutos pude ver el visto en el mensaje.
Los nervios solo aumentaron cuando me enfoque en una palabra en específico...
Escribiendo...
Cerré los ojos con fuerza y conté hasta diez, lentamente, había perdido algo de valentía desde que había presionado enviar y ahora no sabía si huir o abrir los ojos a ver si ya había recibido el mensaje que él escribía.
Respire profundo y abrí de nuevo mis ojos. Enfoque la vista en el móvil y la vi, su respuesta.
Una sonrisa se formó en mis labios, una que estaba dispuesta a quedarse.
Como él.
Y así finaliza esta historia. Un cliché que disfruté escribir y compartir con ustedes.
Les espero en los comentarios, jo.
Gracias por leer.