Durante cientos de años, las minorías han sido repudiadas, reprimidas, violentadas. Ha sido tal el abuso dirigido a ellos, que han debido esconder quiénes son para poder sobrevivir en una sociedad injusta e intolerante. Reprimiendo sus gustos, sus deseos, incluso su verdadera identidad u orientación.
Si bien en las últimas décadas con la creciente lucha por la igualdad de derechos hay un poco más de justicia, tolerancia y empatía; sigue sin ser suficiente. Aún no se da totalmente la igualdad, aún no vivimos en un mundo seguro para las minorías, siguen siendo señalados y segregados.
¿Una de las razones por las que, por ejemplo el ser y amar libremente, sigue sin ser visto como normal? Sencillo: los prejuicios y la discriminación no se están quedando en el pasado con quienes las abrazan con más ahínco sino que están trasmitiendo todo a las generaciones más jóvenes, a quienes son el futuro. Y siendo así, ¿cómo podemos romper esa cadena?
A través de la crianza.
Sin embargo, eso no es tarea fácil. Ni de un día para otro.
En la crianza van inmersos los valores, perspectivas, comportamientos y conocimientos que los padres quieran y puedan transmitir. Este un padre consciente o no, es capaz de traspasar cualquier cosa a sus hijos. Baste como muestra la fobia a los arácnidos, si un niño ve a su padre, quién es su héroe, tenerle miedo a una araña, es muy posible que desarrolle un miedo similar. Lo mismo puede suceder con la discriminación, la xenofobia; el niño solo imitaría lo que percibe en su entorno familiar.
Por otra parte, hay padres que subestiman la etapa infantil. No creen que en la infancia los niños puedan entender sobre orientación sexual, el respeto por el propio cuerpo y el del otro y una infinidad de temas. Los vemos en redes, los escuchamos en la calle, diciendo cosas como que los programas de niños no deberían tener contenido con diversidad sexual, que tienen que tener una infancia libre de “esos temas” porque “los confunden”.
Para pesar de ellos, nosotros crecimos con ese contenido. Uno que lejos de lo que ellos piensan, no nos traumó; sino que nos hizo más empáticos, tolerantes, compresivos y que nos ayudó a desconstruirnos al crecer.
Ahora bien, los niños son un lienzo en blanco, libres de prejuicios, no son jueces de nadie y ven al mundo con ojos curiosos, queriendo aprender de él; es a través de su experiencia y lo enseñado por sus padres que ellos comienzan a escribir su perspectiva del mundo en el que viven.
Y esa, esa es la oportunidad de oro para pensar en ellos y enseñarlos tan bien como podamos hacerlo.
¿Y cómo es eso de pensar en los niños? Se preguntaran.
Pensar en los niños, es hacerles saber y demostrarles que serán aceptados y amados sea cual sea su orientación, su identidad, su físico, su profesión u ocupación, entre otros; mientras ellos sean felices y se sientan bien con sus acciones (sin dañar a nadie en el proceso).
Pensar en los niños es educarlos para ser amables, honestos, asertivos, respetuosos, tolerantes, generosos, bondadosos, trabajadores; es enseñarlos, a discernir, a identificar y experimentar sus emociones, a sentir; es acompañarlos, darles su espacio; es potenciar sus creatividad; es dejarlos ser libres.
Pensar en los niños es darles la oportunidad de decidir; es no transmitirles nuestros prejuicios, es desconstruirnos para educarlos lo mejor posible, con amor y empatía; es no subestimarlos.
Pensar en los niños es realmente pensar en ellos.
Es anteponer y priorizar lo que queremos que sean y lo que ellos desean ser (personas de bien, felices, libres), y no priorizar nuestros deseos egoístas en relación a ellos (exigirles que estudien algo o que estén con alguien solo por apariencias).
Los niños son receptivos, demasiado maravillosos, como para corromper su crianza con la homofobia, la xenofobia y el rechazo a la igualdad.
Educar desde el amor y el respeto a los niños, es pensar en ellos, e implica un futuro más humano y equilibrado, donde todos seamos vistos como iguales, con los mismos derechos.
Es un proceso que puede tardar años, pero que tendrá increíbles resultados a largo plazo, y que acabará por beneficiarnos a todos, especialmente a las minorías que por tantos años han tenido miedo de ser y que podrían conseguir, al fin, la anhelada libertad de vivir en paz.
Rompamos las cadenas que nos hacen pensar que ser nosotros mismos está mal, porque el amor es amor. Y todos merecemos una cotidianidad segura, con las mismas oportunidades y colmada de felicidad.
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Gracias por leer.
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