I had a five-hour flight ahead of me, and what happened on board was a story worth telling. Before boarding, one of the flight attendants approached the woman sitting next to me and said, "We're going to change your seat." She, surprised, didn't question anything; she simply accepted. It was unusual for her, as she always seemed to have a response for everything, but this time she was exhausted from running through the airport. All she wanted was to sit down and rest; she didn't feel like fighting.
I, Marshy, watched from my seat as the woman settled in and began to relax. I noticed she didn't have any food for the journey. She thought it wasn't necessary since she had had a good breakfast and brought some snacks "just in case." So at first, she felt calm. But before takeoff, she was already offering her snacks to the passenger next to her. What could go wrong, right?
However, the plane couldn't take off on time. We had to wait over an hour for another flight. She told herself that these things happen. Finally, when we took off, I saw her close her eyes and take a deep breath to calm down. "Now everything is fine," I thought she must be telling herself.
But it wasn't. In mid-flight, we ran out of fuel and had to make an emergency landing at another airport. The worst part was that we weren't allowed to get off the plane. Hunger began to set in, and passengers grew restless; some children cried. She laughed to avoid crying while the airline offered us as compensation... two sweet cookies and a glass of lukewarm water!
Yes, just that. I couldn't help but think we were expecting something more substantial; that's how airlines are, I thought.
It was amid that chaos, with a plane full of hungry people and no answers, when Cata, her new seatmate, looked at her and pulled a piece of aluminum foil from her bag. In a low voice, she said, "Pssss pssss, do you want a ham and cheese sandwich?"
She didn't pretend to be difficult; she wasn't going to act like she didn't want it. She enthusiastically replied, "Yes, please!" without thinking twice.
And there she was, happy with the sandwich and grateful to Cata, her savior on that endless flight. From my seat, I watched how that situation turned into a reminder for her: sometimes, God moves you around without you understanding why. Even though she had another seat assigned, she ended up next to Cata, who took care of her on that flight.
"Thank you, Cata, for sharing what you had with me without knowing me," I thought as I observed their interaction. Unknowingly, Cata became a sign that God is watching over us in different ways. On this occasion, it was through a ham and cheese sandwich that showed her He is always taking care of her.
I didn't know if I would see Cata again or hear from her, but I was impressed by how she made that woman feel so loved in a chaotic flight. It was a beautiful moment that would resonate with her long after landing. And I, Marshy, could only smile at how human kindness shines even in the most unexpected circumstances.
Tenía un vuelo de cinco horas por delante, y lo que sucedió a bordo fue una historia digna de contar. Antes de abordar, una de las azafatas se acercó a la mujer que estaba a mi lado y le dijo: "Vamos a cambiar tu asiento." Ella, sorprendida, no cuestionó nada, simplemente aceptó. Era raro en ella, porque siempre parecía tener una respuesta para todo, pero esa vez estaba agotada tras correr por el aeropuerto. Lo único que quería era sentarse y descansar; no tenía ganas de pelear.
Yo, Marshy, observaba desde mi asiento cómo la mujer se acomodaba y comenzaba a relajarse. Me di cuenta de que no llevaba comida para el viaje. Pensó que no hacía falta, ya que había desayunado bien y traía algunos snacks "por si acaso". Así que, al principio, se sentía tranquila. Pero antes de despegar, ya estaba ofreciendo sus snacks a la pasajera a su lado. ¿Qué podría pasar, verdad?
Sin embargo, el avión no pudo despegar a tiempo. Tuvimos que esperar más de una hora por otro vuelo. Ella se dijo a sí misma que eran cosas que pasan. Finalmente, cuando despegamos, la vi cerrar los ojos y tomar una profunda inhalación para calmarse. "Ahora sí, todo en orden", pensé que se decía.
Pero no fue así. En pleno vuelo, nos quedamos sin combustible y tuvimos que aterrizar de emergencia en otro aeropuerto. Lo peor era que no nos dejaban bajar del avión. El hambre comenzó a apretar y los pasajeros se inquietaban; algunos niños lloraban. Ella se reía para no llorar, mientras la aerolínea nos ofrecía como compensación... ¡dos galletitas dulces y un vaso de agua a temperatura ambiente!
Sí, solo eso. No podía evitar pensar que esperábamos algo más sustancial; así son las aerolíneas, pensé.
Fue en medio de ese caos, con un avión lleno de personas hambrientas y sin respuestas, cuando Cata, su nueva compañera de asiento, la miró y sacó un papel de aluminio de su cartera. En voz baja le dijo: "Pssss pssss, ¿quieres un sándwich de jamón y queso?"
Ella no se hizo la difícil; no iba a fingir que no quería. Dijo un entusiasta "¡Siiii, por favor!" sin pensarlo dos veces.
Y ahí estaba ella, feliz con el sándwich y agradecida con Cata, su salvadora en aquel vuelo interminable. Desde mi asiento, observaba cómo esa situación se convertía en un recordatorio para ella: a veces, Dios te mueve de lugar sin que lo entiendas. Aunque le tocaba otro asiento, terminó al lado de Cata, quien cuidó de ella en ese vuelo.
"Gracias, Cata, por compartir lo que tenías conmigo sin conocerme", pensé mientras observaba su interacción. Sin saberlo, Cata se convirtió en una señal de que Dios está pendiente de nosotros de diferentes maneras. En esa ocasión, fue a través de un sándwich de jamón y queso que le mostró que siempre está cuidando de ella.
No sabía si volvería a ver a Cata o saber de ella, pero quedé impresionado por cómo había hecho sentir a esa mujer tan amada en un vuelo caótico. Fue un momento hermoso que resonaría con ella mucho después de aterrizar. Y yo, Marshy, solo podía sonreír al ver cómo la bondad humana brilla incluso en las circunstancias más inesperadas.
