The morning had begun with a heavy, gray sky—one of those skies that seem to slow down time. The first raindrops had fallen quietly, dampening the sidewalks and turning the black-and-white tiles that cover the city streets into shimmering mirrors. Despite the weather, the city didn’t stop: cars moved slowly through puddles, motorcycles passed leaving watery trails, and a yellow bus cut through the fog with its headlights on and engine roaring.

On the corner of Córdoba Avenue and Reconquista Street, the city was alive. A small group of people stood near a brightly lit shop window, perhaps seeking shelter, or maybe just passing the time in conversation. Some talked, others stared at their phones, and an older woman held tightly onto a shopping bag, as if she were carrying more than just groceries. The city, though damp and somewhat muted, kept pulsing.

A few blocks away, the multicolored sign of a kiosk lit up the sidewalk. “KIOSCO,” it read, in rainbow-colored blinking lights, wrapped in plastic to protect it from the rain. Its reflection shimmered on the wet pavement, while a rack of sunglasses stood nearby like silent witnesses to the day.

The street was calm. Just a few people walked under umbrellas. The trees, nearly bare from winter, lined the avenue with gray, tangled branches stretching across the sky. At their roots, fallen leaves rested in puddles, and the glow of streetlights gave a warm touch to the otherwise cold scene.

There was something special about that walk. It wasn’t a destination that guided each step, but rather the simple act of walking—of noticing the small things that usually go unnoticed. The distant sound of traffic, the smell of wet earth, the lights reflected on the ground, and that quiet contrast between the city’s constant motion and the inner calm that comes from walking in the rain.

Amid the daily routine, the city offered a pause. An invitation to look, to feel. To be carried by the slow rhythm of a cold, rainy day—full of life.

La mañana había comenzado con un cielo gris, espeso, de esos que parecen arrastrar el tiempo. Las primeras gotas habían caído en silencio, humedeciendo las veredas y llenando de reflejos las baldosas blancas y negras que cubren las calles del centro. A pesar del clima, la ciudad no se detenía: autos avanzaban lentamente entre charcos, motos pasaban dejando estelas, y un colectivo amarillo rompía la niebla con sus faros encendidos y su motor rugiente.

La esquina de Avenida Córdoba y Reconquista estaba viva. Un grupo de personas esperaba junto a una vidriera iluminada, quizás buscando abrigo, quizás solo conversando para que el tiempo pasara más rápido. Algunos hablaban, otros miraban el celular, y una señora mayor sostenía con fuerza una bolsa de compras, como si en ella llevara más que simples objetos. La ciudad, aunque húmeda y algo apagada, seguía latiendo.

A unas cuadras de ahí, el cartel multicolor de un kiosco iluminaba la vereda. “KIOSCO”, decía, con letras que parpadeaban entre los colores del arcoíris, cubiertas con una bolsa plástica para protegerlas de la lluvia. El reflejo del cartel se proyectaba sobre el piso mojado, y junto a él, unas gafas colgaban en exhibidores metálicos, como testigos silenciosos del día.

La calle estaba tranquila. Apenas algunas personas caminaban bajo paraguas. Los árboles, casi desnudos por el invierno, formaban una hilera de ramas grises que se enredaban en el cielo. Entre sus raíces, las hojas secas descansaban en pequeños charcos, y los faroles encendidos le daban un toque cálido a esa postal urbana.

Había algo especial en ese paseo. No era un destino lo que guiaba los pasos, sino el simple hecho de andar, de observar los detalles que normalmente pasan desapercibidos. El ruido lejano del tránsito, el olor a tierra mojada, las luces reflejadas en el suelo, y ese contraste entre el movimiento constante de la ciudad y la calma interna que trae caminar bajo la lluvia.

En medio de la rutina, la ciudad ofrecía una pausa. Una invitación a mirar, a sentir. A dejarse llevar por el ritmo suave de un día frío, mojado, pero lleno de vida.

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