On the planet TOOL, the sky was always streaked with clouds of rusted iron and winds howled through the skeletons of giant machines. There, Biol wandered. His armor was an amalgamation of corroded steel plates and crude welds, making him seem like a creature born from the world's own scrap. From his head protruded twisted horns, not of bone, but of tubes bent by force, beginning to create legends of a rust monster and protecting himself from the relentless sun.
Biol couldn't remember being a being of this world; it felt strange to him. He awoke one day amidst the remains of a forgotten civilization, with the spiked mace he now firmly wielded as his only possession and a void in his memories. The mace was no ordinary weapon; it seemed to charge with the lightning storms that occasionally shook TOOL, its spikes crackling with electricity.
Unlike the other inhabitants of TOOL, Biol acted on an instinct, a search for something he didn't know what it was. He didn't yearn for domination or destruction. His 'mission,' if it could be called that, was to find a purpose in that mechanical wasteland.
The scattered inhabitants of TOOL, scavengers and nomads struggling to survive among the ruins, saw him as a threat, a manifestation of the planet's fury. They feared him for his imposing appearance and the storms that often seemed to follow him. They tried to avoid him, whispering tales of 'The Scrap Demon' who wielded lightning.
But Biol didn't hunt them. Sometimes, he even observed them from a distance, feeling a pang of something akin to curiosity, a shadow of what might once have been human connection. His path was solitary, marked only by the crunching of metal beneath his heavy steps and the electric hum of his mace.
One day, Biol arrived at the remains of an ancient city, a labyrinth of rusted gears and broken conduits that rose like a giant skeleton against the leaden sky, buildings all made of metal. Inside one of these, the largest of all, he found strange engravings on the walls, diagrams of complex machines, and undecipherable symbols. Upon touching one of the engravings, shaped like a heart made of metal parts, he felt a shiver run through his armor, a brief flash of a fleeting image in his mind: a blurry face, a distant voice.
From that moment, Biol's 'mission' subtly shifted. It was no longer just to wander, but to search, to unearth the secrets of that erased world, hoping to find a piece of his own lost puzzle. He used his mace not just to clear a path through the debris, but almost like a sensor, its vibrations responding to the energy echoes of that charged world.
He conquered no kingdoms nor subjugated peoples. His victory was personal, silent. With each new discovery, with each fragment of unearthed technology, the fog in his mind cleared slightly. He didn't become a wanderer, but an archaeologist of his own past.
Finally, in the heart of the metal city, he found an intact chest. Inside, another heart, ancient but, unlike everything else, without a single speck of rust; it still looked functional, somehow. Upon touching it, images flooded his mind: he, a scientist, working on the creation of a climate control system for TOOL, before the catastrophe destroyed everything. The mace was part of that system, a device to channel storm energy, and the heart would replace his own to allow him to live much longer.
Biol had not achieved a dream of domination, but something deeper: the recovery of his identity. His victory was the understanding of who he was and what his purpose had been before oblivion. Now, with his memory recovered, his path was still solitary, but no longer erratic. He wielded his mace with a new determination, not as a weapon, but as a key to reactivate a lost legacy, to try, perhaps, to bring some life back to the desolate TOOL. His final mission was yet to be defined, but he no longer wandered aimlessly. He had found a reason, not to subjugate, but to rebuild.
ESPAÑOL
En el planeta TOOL el cielo siempre estaba surcado por nubes de hierro oxidado y los vientos aullaban a través de esqueletos de máquinas gigantes, vagaba Biol. Su armadura era una amalgama de placas de acero corroído y soldaduras toscas, lo hacía parecer una criatura nacida de la propia chatarra del mundo. De su cabeza sobresalían cuernos retorcidos, no de hueso, sino de tubos doblados por la fuerza para empezar a crear leyendas de un monstruo de oxido y protegerse del implacable sol
Biol no recordaba ser un ser de este mundo, se le hacia extraño. Despertó un día entre los restos de una civilización olvidada, con la maza de púas que ahora empuñaba firmemente como su única posesión y un vacío en sus recuerdos. La maza no era un arma ordinaria, esta parecía cargarse con las tormentas eléctricas que ocasionalmente sacudían a TOOL, sus púas chispeando con electricidad
A diferencia de los demas habitantes de TOOL, Biol actuaba por un instinto de la búsqueda de algo que no sabía qué era. No anhelaba el dominio ni la destrucción. Su "cometido", si se le podía llamar así, era encontrar un propósito en ese yermo mecánico.
Los habitantes dispersos de TOOL, carroñeros y nómadas que luchaban por sobrevivir entre los restos, lo veían como una amenaza, una manifestación de la furia del planeta. Le temían por su apariencia imponente y por las tormentas que a menudo parecían seguirlo. Intentaban evitarlo, susurrando historias de "El Demonio de la Chatarra" que empuñaba el rayo.
Pero Biol no los cazaba. A veces, los observaba desde la distancia, sintiendo una punzada de algo parecido a la curiosidad, una sombra de lo que alguna vez pudo haber sido la conexión humana. Su camino era solitario, marcado solo por el crujir del metal de sus pesados pasos y el zumbido eléctrico de su maza.
Un día, Biol llegó a los restos de una antigua ciudad, un laberinto de engranajes oxidados y conductos rotos que se alzaba como un esqueleto gigante contra el cielo plomizo, edificios todos hechos de metal. Dentro de uno de estos, el mas grande de todos, encontró grabados extraños en las paredes, diagramas de máquinas complejas y símbolos indescifrables. Al tocar uno de los grabados, en forma de corazon hecho de partes metalicas sintió un escalofrío recorrer su armadura, un breve destello de una imagen fugaz en su mente: un rostro borroso, una voz distante.
A partir de ese momento, el "cometido" de Biol cambió sutilmente. Ya no era solo vagar, sino buscar, desenterrar los secretos de ese mundo borrado, con la esperanza de encontrar una pieza de su propio rompecabezas. Usaba su maza no solo para abrirse paso entre los escombros, sino casi como un sensor, sus vibraciones respondiendo a los ecos de energía de ese mundo cargado.
No conquistó reinos ni subyugó pueblos. Su victoria fue personal, silenciosa. Con cada nuevo descubrimiento, con cada fragmento de tecnología desenterrado, la niebla en su mente se aclaraba ligeramente. No se convirtió en un vagabundo, sino en un arqueólogo de su propio pasado.
Finalmente, en el corazón de la ciudad de metal, encontró un cofre intacto. Dentro, otro corazon, antiguo pero a diferencia de todo lo demas, no tenia ni una sola pizca de oxido, aún se veia funcional, de alguna manera. Al tocarlo, las imágenes inundaron su mente: él, un cientifico, trabajando en la creación de un sistema de control climático para TOOL, antes de que la catástrofe lo destruyera todo. La maza era parte de ese sistema, un dispositivo para canalizar la energía de las tormentas y el corazon seria el reemplazo del suyo para asi vivir mucho mas.
Biol no había logrado un sueño de dominación, sino algo más profundo: la recuperación de su identidad. Su victoria fue el entendimiento de quién era y cuál había sido su propósito antes del olvido. Ahora, con la memoria recuperada, su camino aún era solitario, pero ya no errático. Empuñaba su maza con una nueva determinación, no como un arma, sino como una llave para reactivar un legado perdido, para intentar, quizás, devolverle algo de vida a la TOOL Desolada. Su cometido final aún estaba por definirse, pero ya no vagaba sin rumbo. Había encontrado una razón, no para subyugar, sino para reconstruir.