In the most ancient eras of the Abysses, before Lord Malakyr's methodical cruelty consolidated upon the throne, the underworld realm was untamed. There were no kingdoms, only whirlwinds of souls and wandering demons driven by fury and senseless chaos. Among the most insignificant creatures of that pandemonium lived a being to whom no one paid attention, a demon of the lowest rank, without physical strength or a warrior spirit. It was, in essence, a whisper amidst the storm. Its name was as faint as its existence.
This being, later to be known as Malakyr, possessed neither the fiery ambition of warriors nor the madness of other demons. What distinguished him was a singularly cold and analytical mind, an innate aversion to disorder, and an obsession with understanding and controlling the chaos that surrounded him. While others plunged into meaningless battles, fueled only by instinct, he delved through the ruins of forgotten civilizations, seeking the forbidden knowledge that his ancestors had feared.
His ascent began in the heart of a dying volcano, where he found, in the hands of a petrified skeleton, the Chronicle of Black Candles (La Crónica de las Velas Negras), a grimoire so ancient that it vibrated with primordial energy. The book, the same one he now holds in his hand, contained no spells of destruction, but rather formulas of anchoring, transmutation, and binding, rituals to subjugate elemental forces and the wildest wills. It revealed how chaos could not only be contained but also transformed into a source of unbreakable and personal power.
Malakyr spent eons studying. Several times he lost the book, but it was as if it sought him out again, wanting to enact its will. He learned to channel the flames of the Abyss, not to unleash their fury but to make them dance to his will, turning them into his own living armor. He discovered how to weave ethereal barriers that drowned out the howling of lower-ranking demons, imposing a forced silence. His body, once insignificant, began to grow, unconsciously feeding on the grimoire's energy, until it doubled in size compared to the largest demons, and his body hardened, reflecting the power he had absorbed and molded. His features became severe, his gaze as piercing as the edge of a sword.
He did not conquer the great demonic lords in open battles. Malakyr was a strategist. When he felt ready, he used his knowledge to unravel their power, to create cracks in their invulnerabilities, and one by one, the most powerful demons found their own forces turning against them, their internal storms appeased, their flames extinguished by a cold that made no sense. He did not kill them; he bound them. Their powers became pillars of his growing dominion, the foundations of his future throne.
The "peace" that Malakyr imposed was not the end of wars, but the absence of choice. He consolidated his power by eliminating all forms of freedom, every manifestation of a will other than his own. He erected the great fortresses not as bastions of defense, but as temples to his order, and the seas of lava calmed under his gaze.
Lord Malakyr, who was once the weakest, became the King of the Abysses, not by brute force but by the supreme mastery over chaos. His dream was a perfectly controlled kingdom, a monotonous symphony of obedience. And Vorglag, the indomitable fire spirit, was the last, the brightest spark of that chaos that Malakyr not only sought to rule but also to extinguish in a display of absolute power. His imprisonment was not just a punishment; it was the culmination of Malakyr's ambition, the last knot in the net of his perfect and eternal domination.
ESPAÑOL
En las eras mas antiguas de los Abismos, antes de que la crueldad metódica de Lord Malakyr se consolidara en el trono, el reino del inframundo era indomable. No había reinos, solo torbellinos de almas y demonios errantes impulsados por la furia y el caos sin sentido. Entre las criaturas más insignificantes de aquel pandemonium vivía un ser al que nadie prestaba atención, un demonio del mas bajo rango, sin fuerza física ni espiritu de guerra. Era, en esencia, un murmullo en medio de la tormenta. Su nombre, era tan tenue como su existencia.
Este ser, que más tarde se conocería como Malakyr, no poseía la ardiente ambición de guerreros ni la locura de otros demonios. Lo que lo distinguía era una mente singularmente fría y analítica, una aversión innata al desorden y una obsesión por comprender y controlar el caos que lo rodeaba. Mientras otros se lanzaban a batallas sin sentido, solo alimentados por su instinto, él se adentraba por las ruinas de civilizaciones olvidadas, buscando el conocimiento prohibido que sus ancestros habían temido.
Su ascenso comenzó en el corazón de un volcán moribundo, donde encontró, en las manos de un esqueleto petrificado la Crónica de las Velas Negras, un grimorio tan antiguo que vibraba con energía primordial. El libro, el mismo que ahora sostiene en su mano, no tenia hechizos de destrucción, sino fórmulas de anclaje, transmutación y vinculacion, rituales para someter las fuerzas elementales y las voluntades más salvajes. Revelaba cómo el caos podía ser no solo contenido, sino también transformado en una fuente de poder inquebrantable y personal.
Malakyr pasó eones estudiando. varias veces perdio el libro pero era como si este lo buscara de nuevo, queriendo hacer su voluntad, Aprendió a canalizar las llamas del Abismo, no para desatar su furia sino para hacerlas bailar a su voluntad, convirtiéndolas en su propia armadura viva. Descubrió cómo tejer barreras etéreas que ahogaban los aullidos de los demonios de bajo rango, imponiendo un silencio forzado. Su cuerpo, antes insignificante, comenzó a crecer, alimentandose incoscientemente de la energia del grimorio, hasta hacerse tan grande que doblo en tamaño a los demonios mas grandes y su cuerpo a endurecerse y a reflejar el poder que había absorbido y moldeado. Sus facciones se tornaron severas, su mirada, penetrante como el filo de una espada.
No conquistó a los grandes señores demoníacos en batallas abiertas. Malakyr era un estratega. cuando se sintio listo utilizó su conocimiento para desentrañar su poder, para crear grietas en sus invulnerabilidades y uno a uno, los demonios más poderosos fueron encontrando sus propias fuerzas volviéndose en su contra, sus tormentas internas se aplacaban, sus llamas extinguidas por un frío que no tenia sentido. Él no los mataba; los vinculaba. Sus poderes se convertían en pilares de su creciente dominio, en los cimientos de su futuro trono.
La "paz" que impuso Malakyr no fue el fin de las guerras, sino la ausencia de elección. Consolidó su poder al eliminar toda forma de libertad, toda manifestación de una voluntad que no fuera la suya. Erigió las grandes fortalezas no como bastiones de defensa, sino como templos a su orden y los mares de lava se calmaron bajo su mirada.
Lord Malakyr, el que una vez fue el más débil, se convirtió en el Rey de los Abismos, no por fuerza bruta sino por la suprema maestría sobre el caos. Su sueño era un reino perfectamente controlado, una sinfonía monótona de obediencia. Y Vorglag, el espíritu de fuego indomable, era la última, la más brillante chispa de ese caos que Malakyr no solo buscaba gobernar, sino también extinguir en una exhibición de poder absoluto. Su encarcelamiento no fue solo un castigo; fue la culminación de la ambición de Malakyr, el último nudo en la red de su perfecta y eterna dominación.
