El tren que salía para la ciudad llegó con retraso esa mañana, Amelia sentía en su estómago un revuelo que pedía su atención, realmente no había ingerido ningún alimento desde el almuerzo del día anterior, con todo aquel alboroto del viaje y la entrevista, ni se preocupó por cenar, pero de verdad el hambre se le había espantado con tanta angustia, era la primera vez que viajaba sola sin su madre o su hermana, y lo más lejos que había llegado, era al mercado del pueblo.

     Pensó para su interior, que si se detenía a comer en la estación del tren, no iba a darle tiempo de terminar su desayuno, o peor aún, el tren podía llegar y partir sin ella, y era la única oportunidad que tenía para lograr esa entrevista de trabajo. Desde que se había graduado como abogada no había llevado ni un solo caso, pero es que realmente viviendo en ese pueblo tan pequeño y con tan pocos habitantes, parecía que todo el mundo se llevaba tan bien y todo marchaba a la perfección, que la expresión “asuntos legales”, no existía para ellos, por lo que tenía que solicitar empleo en la ciudad.

     El bibliotecario Edwin, le informó días atrás que recortando las notas importantes del periódico, había visto ese aviso de empleo:

     Amelia sin pensarlo dos veces se alistó para ir a esa entrevista. Ya en el tren, se instaló en su asiento y solicitó el menú para comer algo antes de llegar a la oficina de empleos. No quería dar una mala impresión por presentarse con un malestar más grave. Prefirió desayunar algo ligero por lo que pidió una ensalada de repollo y tomates, sin salsa, y un café con leche.

     Una voz gruesa proveniente de un hombre ya mayor, la interrumpió cuando le hacía el pedido al mesero del tren:

     — Le recomiendo el café de cebada, en este tren sirven uno muy bueno.
     — Nunca lo he probado —dijo ella sin mostrar su sorpresa, y dirigiendo su mirada hacia el hombre que estaba sentado del lado opuesto de su mesa, leyendo un periódico, y tomando su café.
     — Te brindaré uno, para que lo pruebes aparte del que ya pediste –le respondió el señor, mientras le indicaba al mesero su orden.

     La chica, un poco pensativa, aceptó con un gesto en su rostro y un movimiento en su cabeza. No quería despreciar al que sería su compañero de viaje. A los minutos, trajeron su desayuno, y ambos cafés fueron colocados junto a éste. Amelia primero tomó un sorbo del suyo porque realmente tenía mucha hambre. Luego comenzó a comer su ensalada, y cuando finalizó su comida, se dedicó a probar el café de cebada obsequiado por el caballero. Con un gesto de satisfacción, le dijo:

     — ¡Mmm, es verdad… es muy bueno! Tiene un sabor muy particular que me agrada. Gracias por brindármelo, si no me lo recomienda, no lo hubiera considerado.

     — Me alegra entonces haberlo hecho. Mucho gusto, soy Gerónimo. Viajo a menudo en este tren por mis negocios, y ya me conozco todo el menú que ofrecen, —le dijo él con una gran carcajada.
     — Gracias señor Gerónimo, yo soy Amelia, —respondió ella con una hermosa sonrisa.
     — ¿Primera vez que viajas en el tren, Amelia? No te había visto antes, —le preguntó Gerónimo.
     — No, ya había viajado hace unos años con mi madre cuando me acompañó a la ciudad para realizar mis estudios, y luego con mi hermana, cuando regresé al pueblo, —le comentó Amelia, agregándole— pero es la primera vez que viajo sola.
     — ¡Ah caramba! Pues para mí será un placer acompañarte en tus viajes si volvemos a coincidir, —le ofreció el hombre con mucho respeto, agregando una pregunta a su discurso— ¿Y qué te lleva a la ciudad? Puedo orientarte en lo que necesites.
     — Voy a una oficina de empleos para una entrevista de trabajo, —le comentó la chica sin darle más explicaciones.

     El resto del viaje se concentró en las aventuras de Gerónimo en sus numerosos viajes, y su empresa de numismática que había heredado de su padre. Le explicó a Amelia, que durante casi toda su vida se había encontrado rodeado de monedas antiguas, y hoy en día era uno de los negocios más sólidos y rentables porque cada hallazgo de monedas provenientes de antiguas civilizaciones existentes siglos atrás, tenía un valor muy alto para los coleccionistas, y dueños de museos privados.

     La chica escuchaba todo su relato con emoción, sólo una vez lo interrumpió para decirle que nunca había visto una moneda de otro lugar más que las que se usaban en su país, y él le materializó esa expresión colocando sobre la mesa, cuatro monedas antiguas que siempre conservaba en el bolsillo de su chaqueta y con las que viajaba a manera de amuletos de la buena suerte.

     Se sintió tan atraída por el tema que no se dio cuenta que el tren ya había llegado a su destino. Al bajar, mientras esperaba su equipaje, Gerónimo le ofreció llevarla a la oficina de empleos para que no perdiera tiempo y así la orientaba un poco durante el camino, para que conociera mejor el lugar y de una vez buscara dónde hospedarse. Su auto estaba guardado en la estación y después de subir las cosas de Amelia, se dirigieron a un hotel céntrico y económico donde se registró. Luego fueron a la oficina de empleos, y al entrar:

     — ¡Buenas tardes Don Gerónimo! Qué placer tenerlo de vuelta. ¿Cómo le fue en su viaje?, —le expresó una dama que se encontraba en un escritorio a la entrada del lugar. A todas éstas, Amelia miraba para todos lados con nerviosismo por la entrevista, y asombro, por lo que acababa de presenciar. ¿Quién era este señor? Se preguntaba para sus adentros. Pero sus manos sudaban copiosamente, y no dejaba de estrujarlas. Gerónimo lo notó y le dijo:

     — Confía en ti, todo va a salir muy bien.

     Al mismo tiempo que le daba este consejo a la chica, salían de la oficina principal, un anciano muy atento quien le brindó un amable saludo, y un caluroso abrazo a Gerónimo, y detrás de él, un joven muy apuesto, de espesa barba y bigote, que por un momento a Amelia le pareció estar viendo a Gerónimo con muchos años menos.

     — ¡Hola papá! No sabía que habías llegado y que venías para acá. ¿Vienes a escuchar las entrevistas? Yo me adelanté para agilizar ese proceso. Quería que tuviéramos ese asesor lo más pronto posible, —le expresó el muchacho a Gerónimo.
     — Perdón Amelia, te presento a mi hijo, Manuel… pero disculpa que te estamos deteniendo y tú tienes una entrevista de trabajo, —se disculpó Gerónimo con la chica mientras ella estrechaba la mano de Manuel y daba su nombre.
     — Precisamente la señorita Amelia es una de las personas que van a ser entrevistadas para cubrir el puesto de asesor legal que solicitaste, Gerónimo, —le comunica el empleador y amigo del empresario a éste.
     — ¿Y ya hay más personas optando por el cargo?, —le pregunta Gerónimo al amigo.
     — Algunas personas hicieron cita para hoy, pero hasta ahora no han llegado; Amelia es la primera en presentarse, —le respondió el hombre.
     — Pues no se diga más… Amelia queda contratada, y cancela las demás citas. Notifica que ya el cargo fue ocupado, —le comunicó Gerónimo al empleador, ante la mirada desconcertada de Amelia, y la sonrisa de su hijo que entendió que ya su padre había conversado previamente con Amelia y sabía que era la persona más adecuada para ese puesto.

     Amelia, con lágrimas en sus ojos, y casi sin poder hablar por tantas sorpresas, le expresó a aquel hombre que la vida le había colocado en el camino:

     — Señor, usted llegó a mi vida como caído del cielo.

     Los tres subieron al auto, y se dirigieron a la empresa. En el camino, ambos iban poniendo a Amelia al tanto de sus primeras funciones aparte de asesorarlos en muchos asuntos legales, y ella iba conociendo más sobre aquella actividad que cada vez llamaba más su atención.

     Pasaron muchos años, Amelia desempeñó una labor maravillosa, el imperio de monedas antiguas había crecido significativamente. Se trajo a su madre y a su hermana a vivir en la ciudad y sólo iban a la casa del pueblo a pasar días de descanso. Gerónimo, ya envejecido y cansado, se retiró a la paz de su hogar al lado de su esposa. No tenía nada de qué preocuparse, la empresa de la familia quedaba en las mejores manos, las de Manuel y Amelia, y sabía que así seguiría creciendo y manteniéndose a través de las nuevas generaciones que ellos traerían al mundo.

Autora: Ana C. Rivero Foucault (Venezuela)

     Ésta es mi participación en el concurso semanal de @freewritehouse, titulado: Cuéntame una historia - 18 de junio de 2023, en la que deben estar presentes los siguientes elementos: Ensalada de repollo, café de cebada, cuatro monedas antiguas. Me complace invitar a mis amigas @brujita18 y @tere.alv. Gracias a todos por visitar mi blog.

AS IF FALLEN FROM THE SKY

     The train leaving for the city arrived late that morning, Amelia felt in her stomach a churning that demanded her attention, she really had not eaten any food since lunch the day before, with all that commotion of the trip and the interview, she did not even bother to eat dinner, but really the hunger had been scared away with so much anguish, it was the first time she traveled alone without her mother or sister, and the farthest she had come, was to the market of the town.

     She thought to herself, if she stopped to eat at the train station, she would not have time to finish her breakfast, or worse, the train could arrive and leave without her, and it was the only chance she had to get that job interview. Since she had graduated as a lawyer she had not handled a single case, but it was really that living in that small town with so few inhabitants, it seemed that everyone got along so well and everything went perfectly, that the expression "legal matters" did not exist for them, so she had to apply for a job in the city.

     The librarian, Edwin, informed him days before that while cutting out the important notes from the newspaper, he had seen that job advertisement:

     Amelia, without thinking twice, got ready to go to the interview. Once on the train, she settled into her seat and asked for the menu to get something to eat before arriving at the employment office. He didn't want to make a bad impression by showing up with a more serious ailment. He preferred to have a light breakfast, so he ordered a salad of cabbage and tomatoes, without sauce, and a coffee with milk.

     A thick voice coming from an older man interrupted her as she was ordering from the train waiter:

       — I recommend the barley coffee, they serve a very good one on this train.
       — I have never tasted it —she said without showing her surprise, and directing her gaze towards the man who was sitting on the opposite side of her table, reading a newspaper, and drinking his coffee.
       — I'll give you one, so you can try it apart from the one you already ordered —replied the gentleman, while he indicated to the waiter his order.

      The girl, a little thoughtful, accepted with a gesture on her face and a shake of her head. She did not want to despise the one who would be her traveling companion. Within minutes, their breakfast was brought, and both coffees were placed next to it. Amelia first took a sip of hers because she was really hungry. Then she began to eat her salad, and when she had finished her meal, she tried the barley coffee given to her by the gentleman. With a gesture of satisfaction, she said to him:

     — Mmm, it is true... it is very good! It has a very particular flavor that I like. Thank you for giving it to me, if you had not recommended it, I would not have considered it.

     — I'm glad I did it then. How do you do, I am Geronimo. I often travel on this train for my business, and I already know all the menu you offer, - he said with a big laugh.
     — Thank you Mr. Geronimo, I am Amelia, —she answered with a beautiful smile.
     — First time on the train, Amelia? I haven't seen you before, —asked Geronimo.
     — No, I had already traveled a few years ago with my mother when she accompanied me to the city for my studies, and then with my sister, when I returned to town, —Amelia told him, adding— but this is the first time I travel alone.
     — Well, it would be a pleasure for me to accompany you on your travels if we meet again, —the man offered respectfully, adding a question to his speech, —and what brings you to the city? I can guide you in whatever you need.
     — I'm going to an employment office for a job interview, —the girl told him without further explanation.

     The rest of the trip concentrated on Geronimo's adventures in his numerous travels, and his numismatic business that he had inherited from his father. He explained to Amelia, that for most of his life he had found himself surrounded by ancient coins, and today it was one of the most solid and profitable businesses because every find of coins from ancient civilizations that existed centuries ago, had a very high value for collectors, and private museum owners.

     The girl listened to all his story with emotion, only once she interrupted him to tell him that she had never seen a coin from any other place than the ones used in her country, and he materialized that expression by placing on the table, four ancient coins that he always kept in his jacket pocket and with which he traveled as good luck charms.

     She felt so attracted by the subject that she did not realize that the train had already reached its destination. When she got off, while waiting for her luggage, Geronimo offered her a ride to the employment office so she wouldn't waste time and so he could orient her a little on the way, so she could get to know the place better and find a place to stay. Their car was parked at the station and after bringing Amelia's things upstairs, they drove to a centrally located, inexpensive hotel where she checked in. Then they went to the employment office, and upon entering:

     — Good afternoon Don Geronimo! What a pleasure to have you back, how was your trip," said a lady at a desk at the entrance to the office. Amelia looked around nervously at the interview and was amazed at what she had just witnessed. Who was this gentleman? she wondered to herself. But her hands were sweating profusely, and she kept wringing them. Geronimo noticed this and told him:

     — Trust you, everything is going to turn out just fine.

     At the same time that he gave this advice to the girl, a very attentive old man came out of the main office, who gave a kind greeting and a warm hug to Geronimo, and behind him, a very handsome young man, with a thick beard and mustache, who for a moment seemed to Amelia to be seeing Geronimo with many years less.

     — Hi dad! I didn't know you had arrived and that you were coming here. Are you coming to listen to the interviews? I went ahead to expedite that process. I wanted us to have the consultant as soon as possible, —said the boy to Geronimo.
     — Sorry Amelia, this is my son, Manuel... but I'm sorry we are detaining you and you have a job interview, —Geronimo apologized to the girl as she shook Manuel's hand and gave his name.
     — Precisely, Miss Amelia is one of the people who will be interviewed to fill the position of legal advisor you applied for, Geronimo, —the employer and friend of the businessman told him.
     — And there are already more people applying for the position, —Geronimo asks his friend.
     — Some people made an appointment for today, but so far they have not arrived; Amelia is the first to apply, —the man answered.
     — Well, say no more... Amelia is hired, and cancel the other appointments. Notify that the position has been filled, —Geronimo told the employer, before Amelia's puzzled look, and his son's smile, who understood that his father had already talked to Amelia and knew that she was the best person for the job.

     Amelia, with tears in her eyes, and almost unable to speak because of so many surprises, expressed to that man that life had placed in her path:

     — Lord, you came into my life as if you had fallen from heaven.

     The three of them got into the car, and headed for the company. On the way, both were putting Amelia up to date with their first functions besides advising them on many legal matters, and she was learning more about that activity that was increasingly attracting her attention.

     Many years passed, Amelia performed a wonderful job, the empire of ancient coins had grown significantly. She brought her mother and sister to live in the city and they only went to the town house for days of rest. Geronimo, now aged and tired, retired to the peace of his home at his wife's side. He had nothing to worry about, the family business was in the best hands, those of Manuel and Amelia, and he knew that it would continue to grow and maintain itself through the new generations that they would bring into the world.

Author: Ana C. Rivero Foucault (Venezuela)

This is my entry in @freewritehouse's weekly contest, titled: Tell me a story - June 18, 2023, in which the following items must be present: Cabbage salad, barley coffee, four old coins. I am pleased to invite my friends @brujita18 and @tere.alv. Thank you all for visiting my blog.