
Fuente
Simón en la juguetería
Tal fue el caso de los padres de Simón. Su hijo nunca había ido a una juguetería y cuando vio aquella maravilla, echó a correr como jabalí recién liberado. Él no podía creer semejante lugar y le preguntó a Dios en su mente:
—¿Este es el cielo, Señor?
Simón comenzó su aventura cerca de sus papás, pero pronto ni el vendedor que los atendía lo pudo aguantar. Simón veía a unos niños jugando a la rueda-rueda en un pasillo; observaba a otros escalando una estantería para tomar un Buzz Light Year; se reía de unos bebés derribando a una vendedora. Qué lugar para reír.
Entre castillos inflables, robots que derrotaban dragones y pelotas brillantes que brincaban por todo el lugar, Simón se fijó en algo que parecía una ciudad del futuro. Rápido entró por sus redondeadas puertas y miró el cielo estrellado y todas sus naves voladoras. Él saltaba para guindarse de alguna, pero pasaban muy veloces. Simón deseaba tanto tener una de esas naves en sus manos que no dudó en subirse a los «rascacielos» de la ciudad. Pero, él pronto descubrió que no fue buena idea cuando escuchó una voz furiosa:
—¡Simón, bájate de esa torre ahora! Es mamá.
Se lo pidieron hasta siete veces, pero Simón nada que hacía caso. Por el contrario, se puso más loco. Tumbaba un rascacielos tras otro y con los pedazos de plástico que caían, lanzaba a impactar a sus anheladas naves. Las cámaras internas de la ciudad futurista grababan toda la escena y era mostrada para la gracia de todos los demás niños en el resto de la juguetería.
El espectáculo acabó cuando uno de los encargados de la juguetería entró a la ciudad y tomó la nave más grande de todas para regalársela a Simón.
Aquí todos los niños cumplen sus sueños—dijo el encargado sonriendo a Simón. ¿Están muy geniales estas luces, no?
Simón sólo asintió. Luego fue aplaudido por los otros niños al salir de la ciudad y sus padres ruborizados pidieron disculpa por el desastre.
La supervisora entre risitas comentó:
—Descuiden. La felicidad de los niños es la nuestra.
Simón nunca olvidó aquel día en la juguetería Glaires y sus padres tampoco.
