Cada sonido despertaba en él poderosos temores que lo debilitaban profundamente. La más mínima rama u hoja seca que se quebraba con el viento, resonaban en su mente con la más temible imagen de su adversario.

Le era imposible evitar jadear de miedo ante la idea de ser atrapado. Nunca se imaginó que su día terminaría de esa manera. AL amanecer rebosaba de felicidad y energías, pero en lo profundo de la noche, sentía como sus fuerzas menguaban, invitándolo a darse por vencido.

Sentía un extraño ardor en sus heridas. Muchos rasguños y moretones por los impactos de las caídas. Al principio no percibía el dolor, pero luego este se despertó en él como la llama de una fogata a la que se agrega más leña.

A pesar de su cansancio, logró trepar a la copa de un árbol. Una horqueta le sirvió de diván mientras el sol se escondía lentamente en el horizonte, y la calurosa tarde daba paso al frío aliento de la noche.

Sueños fugaces coqueteaban con él mientras reposaba en la rama alta. Alucinaciones breves le visitaron para inquietarlo. Sus hijos y su esposa le servían alimentos, le sonreían y le reclamaban abrazos.

Cuando las sombras se apoderaron de aquella montaña, los ruidos nocturnos comenzaron a asecharlo. El canto de un ave, el soplar del viento, el seseo de una serpiente… todos le anunciaban que su depredador estaba cerca, oliendo su miedo.

Su encuentro con el tigre fue tan casual y fortuito como lo es mirar una estrella fugaz en una noche despejada. La suerte de resbalar por la falda de un risco le puso a salvo del felino temporalmente. Pero el rastro de sangre dejado a lo largo del sendero le ofreció al animal la oportunidad de seguirlo, de olerlo, de rastrearlo.

Un gruñido suave se coló como nota en la melodía de la noche. Un lamento ahogado en el silencio se le escurrió en su pecho. El tigre había encontrado el final del rastro sangriento, su lengua saboreaba la prometida carne caliente de su presa. Un sollozo delató su presencia en medio de la oscuridad… un sollozo selló su miserable suerte que no terminaba de darle la victoria.

No obstante, el tigre no tenía fuerzas para trepar, en su costado se evidenciaba una herida mortal causada por el filo de una roca. Su propia caída por la falda de la montaña le cobró un elevado precio.

Al amanecer, dos criaturas yacían inmóviles en el mismo árbol. Una a los pies del delgado tronco, desangrado por un corte fatal; y el otro en una rama alta, rígido por el frío invernal de la noche.

Ambos comenzaron su día con esperanza y energías. Ambos terminaron su noche despidiéndose de la vida.

Gracias a estos testigos por su apoyo constante y orientación, ustedes merecen un voto de confianza: @guiltyparties @enginewitty @thealliance @c0ff33a

Every sound awakened in him powerful fears that weakened him deeply. The slightest branch or dry leaf snapping in the wind echoed in his mind with the most fearsome image of his adversary.

It was impossible for him to avoid gasping in fear at the thought of being caught. He never imagined his day would end that way. At dawn he was brimming with happiness and energy, but deep into the night, he felt his strength waning, inviting him to give up.

He felt a strange burning in his wounds. Many scratches and bruises from the impacts of the falls. At first he did not perceive the pain, but then it awoke in him like the flame of a campfire to which more wood is added.

Despite his fatigue, he managed to climb to the top of a tree. A pitchfork served as a divan while the sun slowly hid on the horizon, and the hot afternoon gave way to the cold breath of night.

Fleeting dreams flirted with him as he rested on the high branch. Brief hallucinations seemed to unsettle him. His children and wife served him food, smiled at him, and demanded hugs.

As the shadows took hold of that mountain, night noises began to haunt him. The song of a bird, the blowing of the wind, the hissing of a snake... all announced to him that his predator was near, smelling his fear.

His encounter with the tiger was as serendipitous and fortuitous as watching a shooting star on a clear night. The luck of slipping down the side of a cliff put him temporarily safe from the feline. But the trail of blood left along the path offered the animal a chance to follow him, to smell him, to track him.

A soft growl crept in as a note in the melody of the night. A muffled wail in the silence crept into his chest. The tiger had found the end of the bloody trail, its tongue savoring the promised warm flesh of its prey. A sob betrayed its presence in the midst of the darkness ... a sob sealed his miserable fate that did not end up giving him the victory.

However, the tiger did not have the strength to climb, a mortal wound caused by the edge of a rock was evident on his side. His own fall down the mountainside took a heavy toll.

At dawn, two creatures lay motionless in the same tree. One at the foot of the slender trunk, bleeding from a fatal gash; and the other on a high branch, stiff from the winter cold of the night.

Both began their day with hope and energy. Both ended their night bidding farewell to life.

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